Ángel ha corrido la carrera de la Infancia. Sí, esa que organiza la Cruz Roja de Granada, y que ha contado con más de mil participantes. La gente se apunta a estas cosas, pero no tanto, o no tantos como debieran. Pareciese que la Cruz Roja solo es esa entidad sin ánimo de lucro que fue fundada en el siglo XIX y de la que solo nos acordamos cuando necesitamos ayuda. Escribano se veía contento, dando la salida a los participantes, y luego en la meta moviéndose entre la gente. Mucho Motril. Pero a pesar de que la temperatura era envidiable, de que el recorrido era asequible, apenas cinco kilómetros, la gente no acaba de participar. Vayamos a que los fotografíe Ramón y salgan en los periódicos. Había una interesante gama de regalos en la bolsa del corredor, y una camiseta de las buenas. Pero el personal se apunta antes a irse de cervezas o a sudar a la playa que a colaborar en un evento que a la postre ayudará a los niños necesitados a alcanzar un día más, un conocimiento más, un paso más. La ciudad deja unas cuantas calles para que quienes lo hacen puedan recorrerlas y con su esfuerzo, el de cada cual, poner una nota de colorido, de participación, de entrega, de solidaridad, de ser útil, de empatía por una buena causa. Pero sin embargo no se ven a sus rectores por allí, aunque alguno que pronto lo será sí aparece luego. La Cruz Roja, esa entidad creada por Henri Dunant hace 151 años, necesita de los demás, de los que van y de los que se quedan, porque los demás pueden necesitar de ella, pero fundamentalmente porque hay otros muchos que sí precisan de su existencia para poder ganarle el pulso a la vida. Y esto se refleja en algo más que el día de la banderita, en el que el personal luce en su camisa, como diciendo que ellos ya han pasado por la hucha, esa pegatina que debería incrustarse hacia los adentros de los pechos. Precisa que muchos como Ángel, quien a sus sesenta y tres años va, se apunta, y corre, y lo hace con una enorme sonrisa desde su condición de quien practica el humanismo hacia sus semejantes. Llenen las calles de Granada de gentes con las camisetas llenas de logos, de empresas que colaboran, y de una enorme cruz que da alivio, confianza, sosiego, fe, vida a quienes en sus peores momentos la ven a lo lejos y saben que ya están a salvo.
No es preciso hacer grandes marcas, no es necesario ganarle a nadie. Solo hay que saber estar ahí, aunque solo sea por si algún día precisamos de la solidaridad, sin más creencia que aquella que está depositada en la propia humanidad. Y todo ello con el enorme agradecimiento de quienes dejan su tiempo, esfuerzo y conocimiento para los demás. A cambio de la íntima satisfacción de saber que se hace lo que hay que hacer.