La muerte está en el olvido, aunque algunos quisieran quedarse presentes durante toda la eternidad, centros de atención, observación, persecución, debate, consulta, de importancia o pena. Porque su mayor desconsuelo no es morirse, es que ya no podrán seguir siendo lo que piensan que son. No podrán continuar comiéndose los mejores alimentos, bebiéndose los mejores licores, decidiendo lo que los otros deben hacer o dejar de hacer, amenazando a quienes no siguen sus órdenes, ordenando plenos y comisiones, imponiendo sus caprichos, deseos o voluntades, incluidas las últimas, que quedan escritas en papeles que solo leen quienes buscan el interés propio, no el del muerto, que ya no tiene interés. No soportan la idea de dejar de imponer su criterio, y ni muertos aguantan que se les contraríe. Y a esos son los que antes olvidan los vivos, porque son tantas las ganas que van almacenando de perderlos de vista que una vez alcanzado el sueño, el eterno y ajeno, pasan directamente del primer plano al más alejado de sus vidas. Y así, en esta tierra debe darse mucho ese oscuro objeto del deseo, cual es el no querer largarse de ella ni muerto, pues aparte de Boabdil, que ya sabemos cómo acabó, los descendientes de miles de granadinos patrios han olvidado su existencia una vez llevados sus espíritus al más allá y sus cuerpos por encima de la Sabica. Hasta 10.000 están dejados de la mano de Dios. Ni caso, ni flores, ni nada de nada desde hace más de veinticinco años. Eso es una pasta, un dineral para la empresa privada que está encargada por el ayuntamiento de ganarle dinero a las cosas de los muertos para sí. Y así, proceden a buscar a alguien que les dé pistas o explicaciones de ese abandono, porque los usuarios no se quejan, o al menos no se les oye. Y esta empresa, interesada en las cosas de los vivos, ha decidido ponerlos en su sitio: un osario común, sabiendo como saben que por mucho que los unan jamás tenderán a juntar sus intereses en semejante estado, más por la tristeza que les produciría saber que apenas 25 años después de su muerte nadie se acuerda ya de ellos, ni para unas flores de plástico. Seguramente nunca sabrán si duró más su herencia o el respeto debido. El caso es que tantos enterramientos sin atención están ocupando unos espacios que son precisos para los que aún están con el cuerpo caliente, en vez de meterse en obras de ampliación que solo conducen a gastar dinero y a dar trabajo, cuando de lo que se trata es de ganar dinero y eliminar jornales, que para eso se encargan estas cosas a las empresas privadas. Y es que al final, hasta los mejores vivos son olvidados, porque hay un punto en la cadena del recuerdo que queda fracturado cuando el amor o el odio cesan, que lo da el recuerdo, que se lo lleva el olvido, que es el morir.