Este pasado martes, a primera hora de la mañana, se ha cumplido justo un año desde que quien firma facturó su maleta en el aeropuerto internacional de Bruselas. Créame, las cosas se ven de una forma muy particular cuando estas cosas ocurren. Bruselas tal vez sea la ciudad más multiétnica de Europa, en la que confluyen y son acogidas todas las personas que hasta ella llegan. No se les ofrecen solo sus chocolates o sus cervezas, o sus monumentos o la sede central de la Unión Europea. Ahí todas las formas de vida, todas las culturas tienen cabida, y se da la peculiaridad de que en sus barrios quienes marcan las pautas son quienes en ellos viven. Parece a veces que uno está en otro país cuando observa las realidades que se mueven por determinadas calles, otro país donde están cayendo bombas a diario, como ocurrió en Bruselas el martes. Atentar contra la vida no conlleva solo la misma muerte, nunca fue así, lleva aparejado establecer redes de miedo, de inseguridad entre quienes quedan vivos, dar voces de presencia que quieren dominar de dentro hacia fuera. No es solo la muerte el fin, es el dominio, el poder. Y a esos intentos de dominio, de poder y de ruptura de otros dominios es lo que buscan estas masacres que se están dando en el mundo cada día. Cuando uno piensa que por el hecho de estar facturando una maleta, o de viajar en un metro alguien puede reventar todo lo existente en nombre de un dios lo menos que siente es una tristeza desmedida por el desprecio a las creencias que supuestamente llevan a ello. Porque no hay religión alguna que acabe de esa forma. Es el poder, emanado desde la siembra del terror, el que pretende afianzarse para henchir pechos que desprecian todo lo existente. Lo demás es el absurdo convertido en destrucción. Hemos de protegernos, pero la protección ha de recabarse en el origen, en las raíces del problema. La poda de ramas no conduce a nada, y el origen, las raíces no están aquí, aunque tal vez haya una parte de siembra de desigualdad que busque ampararlos, de búsqueda de riquezas en el mercado de armas, de petróleos que puedan pretender justificar. Desnudar a estos fanáticos solo es posible donde se generan, acabando con las desigualdades y la pobreza. Pero el problema se agrava cuando allá esas desigualdades son las que alimentan las putrefactas mentes que dirigen a los secuaces que cometen estos atentados. Todo es complejo, muy complejo, pero la inteligencia ha de dominar a la fuerza, y la seguridad, libertad e igualdad han de ser patrimonio de todos. Todos los muertos son iguales, pero no se puede permitir que algunos sigan justificando sus hechos por reales situaciones que ellos están manteniendo para engendrar ese miedo con el que pretenden acabar con lo fundamental de las sociedades, esto es vivir pacíficamente en las mayores condiciones de libertad a las que podamos aspirar.