Pudiera parecer que una mano surgida desde el interior tira de ti como un agujero negro que todo lo absorbe sin remisión, que dejas de luchar contra un imposible y te dejas llevar, como mecido por una cuna que en un instante preciso dará el golpe de gracia y acabará con todos esos problemas que te ciegan en la realidad que vives. No quieres convivir ya más, todos descansarán después, todo es aparentemente tan fácil. No piensas siquiera que en tu desaparición todos esos a quienes crees que facilitarás las cosas van a morir contigo, que ya sus vidas no serán nunca las mismas, que destruyes tal vez lo más importante de su existencia. Puedes considerarlo como egoísta, como plácido, como relajante y definitivo, como la puerta de salida. Pero también como un acto de cobardía, de huir de una vida que te encontraste un día y que tal vez ahora te niegas a seguir gestionando, o a buscar a alguien que de verdad te ame y te dé su mano, su palabra, su tiempo, y te ayude a saltar ese charco en el que pretendes hundirte. Nadie está tan solo como para no encontrar esa mano. A veces sientes en tu espalda cómo bocas traicioneras te laceran en lo más profundo de tu espíritu, gentes sin alma, egoístas y falsas, que buscan dañarte para acabar contigo, porque te encuentran en su camino, en sus márgenes o en el mismo centro. Gentes que te odian porque existes, solo por eso, o porque llegaste donde ellas no llegarán nunca, o por una evidente discapacidad para afrontar sus propias vidas, y te dañan a conciencia buscando su salida. Pero en otras ocasiones eres tú mismo quien no es capaz de darse cuenta de que te estás rompiendo el alma con tus propios pensamientos. Y no ves más allá de la nada y de la frustración a la que te sometes. Te ciegas con tus marejadas mentales, que no han de llegar hasta donde tú mismo las sitúas si fueses capaz de objetivizar tu situación vital y la de quienes están ahí, tan cerca que solo tienes que levantar la voz y pedir su palabra, su mano, su consuelo. Pudiera parecer que eres más valiente, o más cobarde, pero en realidad solo huyes hacia un lugar en el que dejarás a los otros en la más absoluta soledad, abandonados en un mundo en el que tú puedes ser su única fuente y su única guía. Pero solo piensas en ti, en tu desesperanza, en tu ego, en tu momento, dando la espalda a quienes crees que estarán mejor. Y sabes que no, que no es así, que tú solo darás sufrimiento por la desnaturalidad de tu ausencia. No hay egoísmo mayor que cerrar los ojos y abrir la puerta de esa salida sin retorno, no hay mayor error que dejar al borde del abismo a quienes dependen de ti afectivamente. Casi cuatro mil personas no pensaron esto el año pasado en nuestro país.