Graduaciones

Son las 7 de la mañana. Peluqueras y maquilladoras comienzan afanosas su trabajo. Es domingo. Pareciera que mil bodas se celebrarán, en el mismo sitio, a la misma hora. Los trajes de corto o largo llenan vaporosos los alrededores de los grandes escenarios de la ciudad y pueblos de alrededor. No hay sitios para tanta celebración. Los chavales se alisan mil veces la corbata, sus manos buscan bolsillos en los que esconder los nervios. Ellas, subidas en unas plataformas que tientan a la suerte, sujetan animosas pequeños bolsos en los que a lo más guardan un pañuelo y una entrada al evento. Las familias se agolpan sudorosas en las puertas del salón, o de la enorme carpa que acogerá a miles de personas. Un escenario sobrio, y una mesa académica se disponen a dar cabida a los que en unas semanas serán recién graduados. Discursos, vídeos, recuerdos, lágrimas, aplausos, listas interminables de nombres y apellidos van completando un ambiente cálido y caluroso. Nadie se mueve, salvo los fumadores que al cabo de las horas tienen la excusa perfecta para estirar las piernas. Solteros, casados, separados y viudos se unen porque la obligación manda, y cada cual desde su sitio busca a su pupilo o pupila entre cientos de cabezas inquietas. Y una vez todas las becas han sido colocadas, los diplomas entregados, y agradecidos los cielos porque nadie ha sufrido percance alguno en los malabarismos casi circenses realizados en los desplazamientos hasta el evento, llegan las fotografías. Miles de flases, móviles que pasan de unas manos a otras, madres y padres orgullosos, hermanos un poco perdidos, y abuelos que se miran hacia dentro buscando algo similar en sus vidas mientras tiran de cartera para aportar como toda la vida se hizo, en otros tiempos que para eso siguen siendo los mismos. Es la ceremonia de graduación. Y ahora a celebrarlo con la familia, los demás sobran, por ahora, porque no tardará mucho en que este acto se prolongue y alcance a otros familiares y amigos, y se convierta en algo similar a una boda, pero sin pareja y sin oficiante, solo un padrino o madrina universitario que abarcará a cientos de contrayentes solitarios. Camino lleva, porque los gastos han alcanzado ya los tres ceros, y con mucho superan el coste de la matrícula, por lo que es posible que pronto haya quien pida beca o subvención para esta graduación, en la que los americanos, como en la fiesta de halloween, nos han impuesto su tradición. Lo que en principio debiera ser un acto puramente académico, con principio y final en la Universidad, ya es un acto festivo en el que hoteles, restaurantes, organizadores de eventos, bares y discotecas están encontrando un filón que viene a complementar bodas, comuniones y bautizos. Y ahí estamos, a cuarenta grados, con 2.500 personas bajo un techo, emocionadas porque sus descendientes acaban los estudios, que en realidad no han hecho más que empezar, porque es ahora cuando comienza la verdadera graduación, la de la vida.

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