Mientras las obras de los colectores del Paseo del Salón concluyen, buscando remediar la enorme y cara chapuza realizada hace unos años por quienes gobernaban otrora, y que en nada solucionaron los encharcamientos de la zona; mientras las calles se vuelven a llenar de un tráfico humeante y cargado de retenciones, ruidos y malestar esperando que el tranvía comience sus servicios, cruzando los dedos para que incida favorablemente en la disminución de coches en la ciudad; mientras las calores parece que ya comienzan a abandonar esta tierra abrasada por tantas cosas, sol incluido, los niños vuelven al colegio, y padres y madres respiran al fin aliviados. Que han sido dos meses, dos semanas y dos días los que han tenido que soportar a las criaturillas (suyas, por cierto), en casa. Ahora al fin ya pueden volver a sus rutinas de una forma mucho más sosegada. Mientras, en las puertas de los colegios los más pequeños, muchos de ellos aún con dos años, lloran a moco tendido al enfrentarse por primera vez a un espacio que los acogerá durante los próximos nueve años de su vida, con maestros y maestras que atenderán la formación de estas criaturas, que siendo menos son más, con los medios de los que disponen, y con una enorme paciencia (gran parte de ella hacia madres y padres) y sabiduría (que por mucho que nos empeñemos, en sus mentes está lo que esta sociedad precisa, aunque nadie parezca echarles cuentas). Es a partir de ahora cuando se formarán los nuevos grupos de guasap en los que entrarán las madres (mayoritariamente) de cada curso, auspiciados por ellas mismas con la justificación de poder estar más y mejor informadas de cosas tan cruciales como deberes, excursiones, e incidencias (así no es preciso mirar libretas ni notas que los niños traigan del cole, todo está ya en el guasap), y de camino someter a un imprescindible control a maestras y maestros, porque veinticinco pares de ojos ven más, mucho más, que un par, a veces ven incluso lo que aún no ha ocurrido. Verdaderas obras literarias las que se escriben en estos grupos de virtuales, sobre todo en lo referente al trabajo y comportamiento de docentes en cuyas manos depositan a sus risueños retoños. Piensan que lo hacen por sus criaturillas, para servir mejor a sus intereses académicos y formativos, pero cuánto se aburrirían si este sistema de comunicación no existiese. De hecho, antes se formaban los consabidos corros en las puertas de los colegios, y allí a veces algunos acababan como pollos desplumados. Ahora todo es más cómodo, sobre todo en los meses de gran calor o de gran frío. No es preciso someterse a las inclemencias del tiempo para comentar amigablemente lo que sucede en las aulas, ni para demostrar cuánto se sabe y cuánto se controla. Ahora el grupo de guasap del cole pone las cosas en su sitio. Y piensan que las maestras y maestros no se enteran de nada. Ilusos pensamientos. Roma sí admite traidores, y traidoras.