Aunque parezca imposible, hay políticos que se hacen los muertos durante largos periodos. Están ahí, callados, inmóviles, sentados en sillones, apenas mueven el dedo para votar, no queriendo siquiera que se note, para pasar desapercibidos, que nadie les tosa, y así ir acumulando trienios, quinquenios, sexenios. Cuando llegan a sus provincias originarias, a las que representan y por las que aprietan el botón, se muestran sudorosos, cansados de tanto trabajo allá tras los horizontes, hablan de forma incansable, palmean el hombro de sus interlocutores. Y lo saben todo, y lo prometen todo, y se comprometen con todo. Sostenla mientras cobro. Después se reúnen entre ellos, y algunos incluso rechazan, eso sí, con una sonrisa, el acercamiento de sus votantes, los que llenan auditorios (cada vez más vacíos) cuando ellos hablan, los que están catorce o quince horas en colegios electorales cuidando que no haya errores, contando votos, para ellos. Esa sonrisa que se tuerce cuando se les pregunta el porqué de algunas cosas, de algunas presiones de botón, de alguna inacción. Es entonces cuando el teléfono suena (siempre suena el teléfono, no sé qué sería de estos políticos en los tiempos en los que no había móviles, aunque algunos ya estaban entonces), y esa llamada los va alejando de ti, y a ti de esa respuesta que nunca te darán. La tanatosis, que les llega cuando la cosa se complica, y se hacen los muertos, y nada pasa, y todo parece entonces que se detiene, y así permanecen hasta que se encuentran con otro político tanatósico, y le echa un cable. Es cierto que son pocos, que la mayoría se afana por resolver y hacer evolucionar las cosas en pro del bien común; pero esos pocos, cuánto daño hacen a la generalidad. Por eso algunos, que igual no padecen tanatosis pero que lo disimulan muy bien, van cambiando de siglas, y una vez acomodados en el nuevo espacio recobran esa virtud de tiburones limón, de patos o de culebras. A veces lo hacen para huir de los depredadores, en otras para atraer a las posibles víctimas. Pero esto ya es otra cosa, porque lo normal es que lo hagan, quienes lo hacen, por pura vagancia, porque eso de gestionar en pro de la comunidad cuesta mucho trabajo, y mantenerlo durante más allá de un par de legislaturas es casi milagroso, porque lo normal es que el personal quiera llevar una vida normal, ocuparse de sus asuntos, de su familia, de su casa, de su faena, y dejar que por los asuntos públicos vayan pasando otros, porque por eso son públicos, porque son de todos, y todos debieran implicarse; de lo contrario acaban convirtiéndose en asuntos privados, y el personal acaba creyéndose que la calle es suya, y las carreteras, y los sillones, y todo aquello sobre lo que ejerce su acción. Al final, la tanatosis es lo único que le queda, así, como si no estuviera en este mundo, sin que se note mucho, y dejar pasar el tiempo como la misma vida, una vida presidencial.