A Cristina le hizo especial ilusión su regalo de reyes. Su padre le había dado el dinero para que se comprase lo que quisiera, y ella, ufana, se dio el capricho. Fue al comercio, una tienda de toda la vida, pues las prefiere mejor que a las grandes superficies comerciales, en las que los compradores son poco más o menos números con tarjeta de crédito. Allí fue atendida por una señora, que llevaba toda la vida tras los mostradores, con sus gafas enganchadas en un primoroso cordón, y sin prisa para mostrarle aquellos productos de diversas tallas, colores y modelos que Cristina precisase para tomar su decisión. La vendedora sabía que lo principal de su negocio era precisamente esa clienta, y que lo mejor sería que cuando saliese se marchase satisfecha con su compra. Y compró eso que deseaba, aunque no necesitaba, como regalo de reyes. Y se lo envolvió con primor, en un papel de regalo sin marcas ni publicidades, con su lazo y pegatinas. Ella salió feliz de ese comercio, pequeño, cálido, amable, y se dirigió a casa de sus padres. Allí dejó su paquete a buen recaudo, bajo el árbol de navidad, un árbol casi centenario, al menos ella lo recordaba de toda la vida, con sus luces, figuras, cintas de colores, espumillones, lazos y campanas. Un árbol que en pocas horas sería desmontado y guardado en su caja hasta el año siguiente, junto con los adornos y la enorme estrella, que casi tocaba al cielo, estrella de plata bajo un azul intenso que visto desde los ojos de niña parecían acercarse al firmamento, por el que llegarían sus majestades, camellos, pajes, y una gran carga de regalos, de los que uno sería para ella, aunque en su carta se había atrevido a señalar hasta tres sugerencias. Ahora, aquella niña recibe la carta de peticiones de sus hijos, y parece la lista de compras del Mercadona, en la que aparecen tantas cosas que hay que repartirla por toda la familia, además de pedirle al vecino soltero que eche una mano, porque no hay manera de comprar tanto regalo. Y es que todos son fundamentales, irremediablemente importantes. Ya no hay una prioridad, tan importante es el primero como el último, y lo piden todo. Como cada año, son depredadores del consumo cuyas medidas en lo que necesitan o desean rondan lo imposible. Y se les compra, porque es una vez al año, al fin y al cabo son niños. Nadie obliga pero hay que cumplir. Son sus deseos. Luego, cuando haya que comprar lápices, libros y cuadernos para el colegio se pondrá el grito en el cielo sobre lo que piden los maestros.
Cristina acudió ufana a casa de sus padres en la mañana de reyes. Cuando abrió su regalo la emoción desbordó su rostro. Pero qué listos los Reyes Magos, cómo han sabido lo que ella quería, lo que deseaba. Qué momento tan feliz. Su regalo preferido. Y su padre, tan contento.