Nuestra sociedad ha dado un giro brutal en los últimos tiempos. Apenas hace cincuenta años que el ejército norteamericano puso en marcha Internet para sus cosas, y una vez que cayó en manos de los que gobiernan en el dinero del mundo, y vieron las enormes ventajas que les trae, se pusieron manos a la obra y lo inyectaron en la genética humana. Aún no está en todos los sitios, aunque controla todas las partes del universo terrícola, allá donde hay un duro para ganarlo ahí está. El consumo, del que hoy se celebra el día, ha cambiado como de la noche a la mañana, empezando por las propias interacciones sociales y personales que se han establecido para, en teoría, unir a las gentes. Y bien utilizado es eso lo que hacen. La cara oculta es la desmembración personal de los ámbitos más próximos que puede acarrear ante un uso desaforado y sin la capacidad precisa. Todos utilizamos estos nuevos sistemas de comunicación, recursos encomiables para la educación y el conocimiento, pero la cuestión no baladí son los picos de uso entre las generaciones que los tienen desde el nacimiento, en extremos que los pueden apartar del carácter humano de cualquier instrumento inventado por la persona. No hablar con quien tienes delante, no salir porque lo tienes todo en el móvil (que evita que te muevas), no tocar los productos, olerlos, verlos antes de comprarlos, hacer de la Red el centro de tu vida, permitir que interrumpan tu sueño por alguien a las tantas de la madrugada, no lo digo por usted, pero ¿ha mirado la hora de conexión de sus hijos?
Nuevos consumos, no solo de productos del mercado, que también; nuevas formas de compras; nuevas maneras de viajar; pero también nuevo consumo del tiempo, de ese que ni se ve, toca ni compra. Y que jamás se recupera. Pero eso, lo sabemos, no se percibe hasta que empieza a ser escaso, cuando ya el reloj parece que aligera la caída de los granos, cuando los días empiezan a ser cada vez más cortos y las noches cada vez más largas. Nuevo consumo del tiempo, ese que con las tecnologías puede aprovecharse mucho mejor, porque pueden venir a ahorrarlo en multitud de gestiones, antes cansinas y rutinarias, pero que a poco que nos descuidemos nos lo devoran en decenas de acciones que nos anclan y nos apartan de una realidad que a lo peor es mejor pero no lo percibimos. Se hace cada vez más imprescindible un aprendizaje donde procede no ya del uso mecánico de estas nuevas herramientas, que eso las nuevas generaciones lo intuyen porque han sido creadas para ello. No, nos venimos a referir a una educación que consiga enseñar antes como persona que como usuario y cliente en el uso de estas tecnologías para el crecimiento humano en las dimensiones que esto significa.