Mi amigo Marcos bajaba tranquilamente con su moto por una calle del Realejo. Hombre cabal y poco dado a los estruendos, no es de esos que hacen pinitos sobre dos ruedas. Pero la cera de la Semana Santa y la mala suerte lo hicieron derrapar y caer, con tan mala pata que su casco fue a dar contra uno de esos bolardos que ayudan a estrechar calles e impide que los coches aparquen donde no deben. El caso es que el golpe le fracturó las cervicales. Y ahí lleva el hombre, con la cabeza metida en una suerte de jaula desde entonces. Y dando gracias a los cielos porque la médula quedó intacta.
El presidente de la asociación motera Vespacito, Joaquín Muñoz mantiene una campaña contra los hitos y contra los bolardos. Pruebe usted a pasar por algunas calles en las que las aceras apenas tienen anchura para un peatón. En su mismo centro encontrará el cacharrito de hierro que cumple muy bien esa función de impedir que los coches aparquen sobre la acera, pero sus otras no funciones también las cumplen a las mil maravillas. Y así, los cochecitos de bebé, las sillas de ruedas, las personas con discapacidad encontrarán en su camino un obstáculo grosero a su paso. Y la cuestión no acaba ahí. Si usted tiene la mala suerte de golpearse contra uno de estos cachirulos, bien por un resbalón, o por un descuido, o porque no lo ha visto, sentirá su dureza dañando su cuerpo, a veces de forma permanente. Uno, que entiende que la ciudad debe ser accesible, que debe ser facilitadora del deambular de la persona, no acaba de entender cómo estos guardias de asalto han acabado invadiendo nuestras calles de tal forma. No seremos mal pensados y no señalaremos intereses de otro tipo, que bien podrían ser. Pero resulta inadmisible que nos estemos jugando la vida con elementos artificiales que protegen una ocupación con su ocupación misma. Estoy seguro de que hay otras formas menos agresivas que estos elementos invasores. Son demasiados los accidentes que han provocado, los golpes, y en una ciudad como la nuestra, en la que tan a menudo el turismo invade las calles, hasta puntos inimaginables, este invento además es algo peligroso para la seguridad de quienes aspiramos a caminar sin peligros. ¿Será necesario que ocurra algún accidente que ocupe portadas?, ¿es preciso que sea la calle la que tenga que desmontar esta barbaridad?, ¿no sería más aconsejable un sistema de protección del espacio peatonal ante los vehículos que no perjudique a los viandantes? ¿Alguien se ha planteado que es mejor unas aceras anchas, por las que la gente camine sin miedo a estos obstáculos, antes que un sistema que perjudique a todos? ¿Qué tiene que ocurrir para que la cordura prevalezca? Marcos lo cuenta, pero de milagro.