Parece que estorban en todos sitios. Hay pueblos que han cerrado las plazas a que los niños jueguen con la pelota. Sus carreras, voces y presencia cada día son más molestos en una sociedad que parece estar hecha para viejos, pero en la que los viejos tampoco son aceptados. A los niños les damos un móvil o una tableta para que estén quietos, en silencio, para que no molesten, pero después nos alarmamos ante el poco ejercicio que hacen. Locos porque llegue ya septiembre y los aguanten los maestros. Los maestros, esos grandes vividores con vacaciones tan enormes que parece no acaban nunca, piensan quienes se ven molestados por los niños, que saltan en las piscinas y salpican agua a quienes están allí solo para dejar pasar el tiempo. En las reuniones veraniegas de comunidades, los niños son siempre punto y seguido, seguido porque cada año lo son, mientras los más mayores se quejan de los ruidos, los padres se quejan de que los mayores se quejen. Parecen todos ignorar que en un tiempo fueron niños, y que en un tiempo llegarán a ser mayores, esperan. El sentido común se pone a resguardo, como los cuerpos bajo las sombrillas, para no tostarse demasiado, y así parece impasible ante lo que siempre fue, los niños haciendo travesuras, las mismas que después harán en el colegio y por las que serán reprendidos por sus maestros, ante los cuales, los padres que ahora protestan por las quejas vecinales arremeterán después contra los maestros, por intentar educar a sus vástagos. Contradicción pura. Pero, ¿quién le pone el cascabel a este gato? Quien paga la cuenta del móvil, naturalmente, que no quiere que lo molesten en casa, pero que no le importa que vociferen en escaleras, pasillos y bajo las ventanas de quienes aspiran a descansar al menos en verano; los mismos que anhelan por el timbre escolar, y que cada vez pretenden tener menos criaturas, porque la cosa no está nada fácil. Pocas ayudas sociales a quienes garantizan el futuro del país, tal vez por eso se rebelen, y se nieguen a seguir haciendo crecer las familias, que antes eran numerosas con cuatro hijos, después con tres, y pronto con un solo hijo será suficiente para no pagar matrículas, autobuses y cines. Hasta hace poco los hijos eran una bendición divina, pero con el precio que tienen hoy las líneas telefónicas, los datos del móvil y los modelos de telefonía la cosa se ha complicado. Antes heredaban ropa y libros; ahora la ropa dura lo que dura, y los libros son el negocio de no se sabe quién, porque las editoriales dicen que no venden un lápiz, y si lo hacen ha de ser con el permiso de la autoridad, que ya ni eso pueden mandar los maestros, que se compre un lápiz fuera del momento de la orden. Y es que esto ya no es lo que era, ni volverá a serlo, porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.