Esos nietos que te visitan, de todos los tamaños, de todas las edades. Esas criaturillas de sus padres, que son depositados a tu cuidado durante unos días, unas semanas, que vienen a llenarte tu tiempo de alegrías, risas y felicidad. Esas personitas que se sientan en tu sillón, que trepan por tu sofá, que te impiden dormir la siesta y ver tus programas favoritos; que condicionan tus menús y distorsionan tus horarios durante apenas unos días, para que luego guarden en su memoria recuerdos imborrables de sus abuelos, aquellas personas que durante los veranos los acogían amorosamente en sus casas mientras sus padres hacían otras cosas. Nietos de edades múltiples; los pequeños que lloran o se encabezonan en no hacer lo que entiendes que deben, o en hacer los que les da la misma gana, y que al principio hacen crecer una muesca de sonrisa en tu rostro, que más tarde la línea de tus labios modifica sustancialmente su posición ante las testarudeces que tú no habrías consentido a sus padres, y que ahora has de soportar porque no son tus hijos, ni Dios lo quiera. O esos otros de edades más escolares, que se alían entre ellos para correr, reír, pelearse, discutir, salir y entrar mil veces; que traen a sus nuevos amigos a tu comedor a la hora del almuerzo, que es la de reunirse todos en torno a la mesa, pero todos los de la familia, no los ajenos, y se quedan ahí sentados mirando la tele y los platos, porque en sus casas aún no es hora, y alientan a los tuyos a que aligeren para volver a esa calle, ahora tan bendita.
O aquellos, que son instalados en tu casa, que se aíslan con los auriculares, que ya forman parte de sus orejas, y deambulan como zombis de su habitación a tu sofá, y de ahí a la cocina, y de nuevo a su habitación, con los que no puedes hablar porque interrumpes sus conversaciones con alguien por guasap, o porque están escuchando música. Y que sabes que están porque comen y se mueven, pero su reino no es de este mundo, de este mundo en el que tú intentas vivir cuando se juntan con los más pequeños, a los que desearían fulminar de su espacio. Adolescentes que se aburren, siempre se aburren, y no saben qué hacer.
Dice Jesús que son apenas quince días, y que sus padres ahora están trabajando, y que después se irán una semanita de vacaciones no sabe muy bien dónde. Y que lo va llevando como puede, que su mujer ha vuelto a criar de nuevo, pero sin la autoridad de antes, y con unos años que a veces le pesan, sobre todo cuando tiene que ocuparse de arreglar habitaciones, limpiar, cocinar, lavar, planchar… para una gente que son sangre de su sangre, y que vez en cuando la abrazan y le dicen que la quieren. Todos felices en verano, aunque algunos de formas muy diferentes. Ea.