Los científicos de Arizona han venido a demostrar que el envejecimiento es matemáticamente inevitable, o bien nuestras células dejan de ejercer sus funciones o se vuelven cancerosas, así que la cosa está clara. Solo nos queda pervivir en las neuronas de los vivos, en sus recuerdos, lo que no nos garantiza la felicidad. Y eso debió pensar quien está a punto de entrar en las células inactivas, el inefable Puigdemont, ya simplemente Carles. Por eso se marchó a la tierra de Delirium y chocolate, de desfiles patrióticos y soberanía real medio española hasta no hace tanto, que veraneaba en la que sí fue república independiente: Motril, sin tanta radio ni televisión ni ruedas de prensa ni caceroladas. Carles no quiso estar de cuerpo presente el día de los difuntos en el juzgado. No se fiaba. Así que buscó un abogado internacional, como él mismo, a 1.000 euros la hora, y se marchó, dejando a los demás a su pairo, que se apañaran sin él, que para eso él había sido Honorable y los otros no. Los de las esteladas se vieron privados de su líder, este Carles de pelo de mazorca, como Trump pero con la raya en medio. Su corazón buscaba células de la eternidad, pero encontró las del desprecio y la ira controlada de quienes había traicionado con su huida, aunque él solo quería retratarse ante el Manneken Pis y la fachada que los reyes españoles habían erigido en la Grand Place de Bruselas. Carles quería pasar a la historia, y lo ha conseguido, pero a la de los zafios patriotas sin tierra y sin principios, porque lo tuvo en la mano y lo dejó caer, y acá quedan todos reagrupándose como pueden para intentar volver a sentarse en el Parlament de Catalunya, recuperar sus sueldos y poder seguir comiendo a costa de lo público. Los otros, los ricos que no necesitan salario, se miran al espejo cada mañana desde entonces y se ven como la Jeanneke Pis, sentadillos y con sus órganos al aire, y pensando que con lo bien que viven para qué se habrán metido en nada. Y ahí está el pueblo catalán, tentándose las ropas, echando cuentas sobre lo que le va a costar todo esto, en imagen, en turismo, en recuperar la honorabilidad perdida por culpa de estos elegidos, y sobre todo, los dineros por los que le va a salir la broma. Tardarán mucho tiempo en tener la oportunidad de alzar de nuevo la voz pidiendo una federalización que los recoja. Y se hará, pero no gracias a su fuerza, a la de esos que cuando pudieron, no quisieron, y que cuando quisieron, ya no pudieron. Mientras, algunos de los otros se están tentando las neuronas y contando células, a ver si les funcionan, y estudiando sacar ventaja de la jugada fallida de los hermanos catalanes, que quisieron que los otros fuéramos sus primos y al final se encontraron con que el primo lo tenían dentro, y no era precisamente el de Zumosol.