Son las seis y media de la madrugada. Usted ha tenido que abandonar la cama un buen rato antes para estar a esas horas en la calle, en las que por cierto la circunvalación está libre de coches. Una cola se retuerce en la decimonónica estación de RENFE. Las personas que la forman se miran unas a otras medio dormidas, medio alucinadas por la sensación tercermundista. Ha llegado hasta ahí atravesando un adoquinado recién puesto, pero roto y cubierto por unas placas de acero que impiden que se destroce más. Otra cola, de autobuses, aguarda en la calle a que los viajeros suban a ellos. A las siete menos cuarto comienzan a desfilar camino de la estación de Santa Ana, en la provincia malagueña, donde llegará el personal alrededor de las ocho. Una nueva cola para pasar el equipaje por el arco detector, con prisas, porque Concha, el tren no espera, ni entiende. Y al poco, usted se encuentra en un AVE caminito de Madrid, a casi trescientos kilómetros por hora. Tanto es así que antes de las nueve ya está saliendo soterradamente de Córdoba, donde el pasaje sube cómodamente sin tener que coger autobuses, ni tras haber debido levantarse una hora antes, recorrer por carretera cien kilómetros y hacer varias colas extras. Pero es que si usted viaja a Sevilla el proceso es el mismo, o a Algeciras, o a Barcelona o a donde sea. Solo Almería nos sonríe en esto de los viajes ferroviarios. Y ya llevamos tres años, con sus semanas y días. Y la gente protesta, pero no sirve de nada. Ellos, los del gobierno rajoyniano, nos miran de perfil cuando levantamos la voz y la palabra, y se acuerdan de la Junta. Siempre acuden a la Junta. Y aguardan a que se aproxime el próximo año, que es plurielectoral, porque para entonces lo habrán puesto en marcha, y las campañas mediáticas habrán logrado que el personal olvide esto, y que los nuevos usuarios bendigan los avances, y a recaudar los votos como antes han recaudado los dineros, esos dineros con los que se han pagado tantas cosas, y se han cobrado otras; nuestros dineros, no los de Montoro, que parece que tira de su cartera cuando de Granada y Andalucía se trata, como si él hubiese nacido en Liliput. Tres años, que se dice muy pronto, aislados por ferrocarril, y a nadie se le cae la cara de vergüenza. Aunque es difícil que esto ocurra, porque no se cae lo que no se tiene. Luego se generaliza, todos iguales, y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Y aquí nos vamos distrayendo con las ocurrencias de unos y otros; y mientras, las otras, las que llegaron antes siguen aumentando la ventaja, Sevilla casi treinta años. Pero no pasa nada, en Granada nunca pasa nada. Ellos siguen engordando, bromeando, pasándose la mano por la frente por lo mucho que trabajan, y sonriendo por delante mientras se carcajean por detrás, eso sí, ante un buen plato de quisquilla motrileña.