Torra fue a rendir pleitesía a Puigdemont hasta Berlín. Precisaba ser ungido por su líder para insuflarse las energías con las que abordar el reto: la independencia del que llama su pueblo, en el más estricto sentido posesivo. Después se fue a las cárceles a ver a sus pretendidos consejeros. Aguas revueltas agitadas desde el nuevo presidente, Quim, más segundón que nadie en la historia de los presidentes. Nos vemos abocados a repetir de nuevo dos monólogos que quieren configurarse como un diálogo. Los independentistas van a dar una vuelta más a la rosca de la confrontación, alentados desde posiciones contrarias por quienes se sitúan frente a ellos. Rajoy no tiene salidas, su monólogo irá por el camino de enseñar la patita, y Torra no tiene nada que ganar en el monólogo con Rajoy. Europa mira a Cataluña, con el rabillo del ojo al principio, con los ojos como platos ahora, después de los errores judiciales de España, que han venido a darle un oxígeno que ya se les agotaba a los de Puigdemont y a sus alentadores. Ciudadanos pide mano dura, y Podemos está pendiente de votar si Iglesias debe comprarse casa, que pagará junto a su compañera con su salario, y acaban de atarse a su futuro, no como hipotecados, sino como dependientes de la decisión de sus compañeros. Lo tiene fácil Torra para iniciar su monólogo, beberá de su producción periodística en la que no se ha cortado un pelo para despotricar del resto de los españoles, comentarios xenófobos y racistas, porque él se considera superior. Cosa de lugar de nacimiento, que no de inteligencia. Y con esos y otros polvos, el independentismo quiere construir su futuro, y Rajoy luchar por la unidad de un Estado que ya viene precisando una revisión de leyes que actualice y ponga al día, en función de la realidad actual, las necesidades de este espacio que llamamos España, tan distinta pero tan maravillosa, y que entre unos y otros están encargándose de poner en candelero, primero ante los propios españoles, y después ante el mundo entero entre másteres, carreras de cien metros, aparentes despistes judiciales y presidentes que nombran consejeros entre presos y fugados. Y a todo esto, qué pensarán los catalanes, esos que cada mañana se levantan al alba y se van a trabajar para ganar unas pelas con las que poder seguir viviendo; y los votantes de Podemos, quienes pensaban que su líder, que se compra las camisas en Alcampo, también les pregunta si puede comprarse una casa con tres baños. Pensarán ellos que deberán preguntarse también cómo pagar cada cual sus gastos o cómo encontrar un trabajo, o que los respeten esos que van con ínsulas de superioridad por sus vidas. ¿Y el PSOE qué pensará de todo esto? Momento ideal para retomar las riendas de su discurso y en sus acciones a nivel nacional. Lo demás, poco a poco se irá colocando en su sitio con el paso de las manecillas del reloj, aunque sea digital, u otros se encargarán de ir colocándolo, eso sí, midiendo muy bien los tiempos.