Mariluz fue mi profesora cuando intentaba aprender a ser maestro, allá en la Normal, en aquellos años en los que algunos dejaban a la policía entrar en los recintos universitarios para cargar contra los estudiantes que protestábamos contra los restos de una dictadura que no quería acabar de marcharse. Ella, seria en su oficio, pero llena de la sabiduría que dan el tiempo, la vida y los libros, intentaba en sus clases acercarnos a los misterios de la escritura y lectura. Y nosotros, aspirantes a docentes, teníamos en sus clases la opción de opinar, hablar, reflexionar sobre las cosas que estaban pasando, y sobre cómo había que colocar palabras, comas, puntos… Con ella aprendimos a comenzar a escribir, y, sobre todo y más importante, a enseñar a hacerlo a aquellos que después llenarían nuestras aulas. Mariluz hablaba en melodías que calaban en quienes queríamos dejarnos calar, y nos mostró otra forma diferente de ver las cosas, de indagar, de cuestionarnos una realidad que a veces parecía sobrepasarnos. Y allá se quedó cuando todos nos fuimos, y desde sus clases siguió con una labor que no siempre fue entendida, porque lo diferente con frecuencia es deleite de mentes diferentes, no rutinarias. La encontré años después, cuando había tomado una jubilación ganada, aunque tal vez aún no deseada, si bien tuve la fortuna de compartir con ella su obra, desde algo que ya me parecía una distancia crítica, la que otorga el tiempo a las personas cuando maduran en sus diversas facetas. En estos últimos años, tras haber pasado por estas páginas, mostrando a quienes quisieron leerla el arte de escribir con una cadencia poética magistral, ha ido desgranándose como mujer de letras de manera propia, de quien lo lleva dentro, en sus más íntimos sentires.
Los reconocimientos a la labor no llegan siempre, y la mayoría de las veces lo hacen solo para los descendientes, pero a Mariluz le están llegando con lo que para ella debe ser sentirse reconocida por su tierra, en la que lo ha sembrado todo. Y así, acaba de recibir el premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas que otorga la sección de Andalucía de la Asociación Colegial de Escritores de España. Y lo ha hecho de manos de la vicepresidenta del gobierno de España, en un acto en el que se vio rodeada por algunas de las personas que la admiran y que la quieren.
Leer a Escribano es nadar entre la cultura y la sensibilidad de las palabras, es deleitarse por su magistral uso, es ver más allá de lo que podríamos ver sin esa sensibilidad que ella ha sabido alcanzar con su pluma. Nadie es profeta en su tierra, pero ella lo es y debe serlo, por todo lo que ha hecho a lo largo de su vida en pro de las gentes que aquí estamos, por lo que está proyectando hacia el futuro, y por esa mirada sensata, dolorosa a veces, inquieta y rebelde hacia un pasado que la formó desde sus inicios.