A veces la vida queda parada en un instante, y pueden pasar mil días, ocurrir cien sucesos y permanece quieta, sin apenas inmutarse, aguardando a que algo suceda, a que los acontecimientos alcancen a desbordar ese estancamiento que la tiene detenida. El caso del pequeño atrapado en el pozo es uno de esos acontecimientos que ha tenido al país paralizado. Todos hemos sido uno. Solo quienes han luchado cada minuto por sacarlo de ahí saben bien el dolor que el paso del tiempo produce en ocasiones. Sin embargo, la ciudadanía ha podido percibir los diferentes tratos informativos que se le ha dado al asunto, cómo ha aparecido el morbo, pero esa es condición humana. Nos atrae más la desgracia que la alegría, lo negativo nos hace permanecer enganchados a la información, que muchas veces no es tal; esperamos y buscamos más, aunque sabemos que no lo hay. En estas dos semanas de vida estancada en Totalán, el mundo ha seguido girando, los políticos han continuado con sus agendas, los gobiernos han tomado posesión, y mucha gente ha abandonado sus despachos de tanto tiempo. El fútbol ha seguido llenando tiempos, y el frío ha hecho de las suyas. Han muerto centenares de personas, muchas de ellas de forma trágica, pero todo el mundo miraba hacia el pozo, todo el mundo esperaba, deseaba, ansiaba que el niño siguiera vivo, que sus salvadores lo salvaran. Y el tiempo y las circunstancias hicieron continuar la vida, cobrándose la parte que le corresponde, la tasa impuesta, porque a la postre todo pasa el fielato de la existencia, si bien muchas gentes pasan por aquí sin querer asumir que tienen que abonar los gastos realizados. En el caso que me ocupa, la injusticia parece evidente, aunque quién dijo que esto es justo. Y en estas, el mundo sigue con sus palpitaciones, porque no entiende, y vuelve a brillar el sol, y cada cual vuelve a salir a la calle continuando con la lucha contratada, con o sin su gusto. Y seguirán volando los ángeles y dejándonos huérfanos a todos mientras renegamos de lo que no debe ser, mirando cómo los demonios siguen campando a sus anchas, cada vez más adorados o más escondidos a la vista de todos. Algunos de esos demonios incluso se acrecientan mientras más los miramos, cuanto más los escuchamos. Los hay incluso que están llamados, y así lo hacen, a determinar los destinos ajenos. Siempre fue así, así lo es, y lo será, por muchas tecnologías que inventemos, por mucho conocimiento que nos envuelva. Pero el pensamiento humano es el único que algunos días nos puede ayudar a salir a la calle, a afrontar los hechos que siempre sucedieron, desde su comprensión, desde su asunción, aunque no seamos ajenos al dolor que producen, ayudándonos en la esperanza de que desde esa comprensión podamos superarlo. Hay quien llama a esa comprensión fe, hay quien la llama de otra manera. Pero la vida sigue, para los que son ángeles y para los que ejercen de demonios.