He de confesar que pocas películas me han impactado últimamente. Y no es que haya abandonado el cine, del que soy fanático desde mi infancia. No obstante, ya tuve la oportunidad de escribir mi opinión sobre la más reciente que ha conseguido que ponga los pies en la tierra, y los ojos en la Luna: Campeones. Por si me faltaba algo para ratificar mis sensaciones con esta cinta, el pasado sábado tuve a bien disfrutar del discurso de Jesús Vidal tras recibir el Goya al mejor actor secundario. Jesús dio en la diana con cada una de sus palabras, con cada frase que pronunció ante un auditorio que no pudo más que callar y aplaudir. Las palabras de agradecimiento de este actor ya se han hecho virales en las redes, se pueden escuchar desde cualquier dispositivo. Y no es raro. La capacidad de transmitir fue maravillosa, sencillamente humana, sincera, desde sus adentros, reconociendo sus limitaciones, pero también sus capacidades y sus ilusiones. Directo, certero, claro, social, magistral. En el palacio de congresos de Sevilla se habían dado cita algunos políticos (a otros ni los invitaron, naturalmente), y ellos debieron tomar buena nota de cómo hay que dirigirse a la población. Y ellos, tan arreglados todos, tan versados, ni uniendo todas sus capacidades habrían llegado a la mitad de lo que llegó Jesús en su breve intervención. Porque cuando se habla al pueblo, a la gente, a los amigos y a los enemigos, hay que hacerlo claro, de forma valiente, poniendo sobre la palabra a la palabra misma, sin consideraciones de superioridad, sin gestos de desprecio, sin esas gotitas de ironía maliciosa que buscan la complicidad de los ingenuos. Conozco políticos que van de graciosos o de francotiradores, gentes que viven de la palabra, de la política, pero que solo llegan a los suyos, y porque esperan sus palmaditas en forma de ‘algo’, siempre en forma de ‘algo’. Ellos deberían ver y escuchar a Jesús Vidal, y aprender cómo hay que decir las cosas, pero para eso hay que sentirlas, creerlas, y después dar la cara. Hoy hay quien fustiga con la ignorancia a aquellos que han dicho que dicen que algo dicen, y la simplicidad o el orgullo, o tal vez el despotismo ilustrado (aparentemente) lleva a estos mandamases a cercar a quienes no se merecen su palabra, su acción, su mirada siquiera. Ellos y ellas pretenden ser líderes, pretenden transmitir, se sienten súper capacitados, pero su realidad es que al final se verán como todo ser humano, si llegan, echando trigo a las palomas mientras la artrosis se lo permite. Estamos en unos tiempos en los que el corazón no sale a pasear, porque cuatro capacitados que se han puesto la sonrisa del mando se alimentan de los corazones sinceros, amables, libres, grandes, para que no se establezcan comparaciones con los suyos. Jesús Vidal sacó su corazón a pasear, pero con él no hay miedo, no por ser discapacitado, sino por ser un genio, por ser libre y por ser grande, un campeón.