Murió Manuel Alcántara, maestro de periodistas y columnistas. Inspiración de todos aquellos que quisieron hacer mejor su trabajo en estos medios. Con él se pudo aprender que el enfoque de la vida podía ser diferente, bajo un prisma que daba más y mejor luz a la realidad cotidiana. Sin grandes sobresaltos, fina ironía que marcaba un camino con destino preciso, aguda, sofisticada, sin miedo a la verdad, pero a trasmitirla sin herir, con el interés de trasladar la idea o la noticia envueltas en sabiduría, que va más allá del conocimiento, porque es la aplicación justa de lo que se sabe, como fruto de la memoria y de la lectura, del saber mirar y analizar otorgando con las mínimas palabras la mayor dosis de certeza. Ha sido testigo de una época en la que la vida y la forma de vivirla han cambiado de forma brutal, pero siempre supo referenciar la realidad desde la actualidad de su tiempo, cosa al alcance de pocos, durante tantos decenios asomándose a los periódicos. Su ejemplo era él mismo como contraposición a las formas y hechos absurdos que cada vez nos envuelven más. El desapego de lo mundano y la conciencia de la propia existencia le han permitido bordar cada una de las columnas que a diario han cerrado este periódico desde hace tanto tiempo. Lectura obligada de apenas algo más de trescientas palabras para beber las aguas de esta sociedad, llamadas atentas que, de haber sido escuchadas, otros gallos nos estarían cantando ahora, al menos con voz, y no solo con cacareo, que es lo que vienen haciendo desde hace tiempo la mayoría. Don Manuel ha sido un viejo que ha ejercido de viejo, porque para saber había que comprar su producto y leerlo (quien quiera saber, que se compre un viejo), en una sociedad que desprecia los años y la experiencia, en la que todo parece valer, menos la verdad, en la que el grito y la maledicencia están sustituyendo a la palabra racional y razonada. Él escribía con la templanza de quien sabe que esto es finito, aunque muchos se crean infinitos, y al final solo quedará una esencia sembrada que no nos llevaremos, aunque muchos piensen que se lo llevarán todo puesto. A veces anticipaba en sus palabras su desprendimiento de la materialidad de las cosas, frente a quienes pretenden apretar incluso la soga que los ahorca, sin importarles con tal de amedrentar a los otros. Será echado de menos por quienes hemos aprendido de su buen hacer, aunque no lo hayamos hecho como hubiésemos querido; y por las personas lectoras que quisieron refrescar su sonrisa y su mente con las columnas de un viejo periodista que cada día conseguía demostrar que la edad puede ser más productiva que la juventud, porque la ilusión se puede generar cada jornada, y con ilusión y saber hacer se alcanza la excelencia, como él la alcanzó en sus miles de columnas. A estudiarlo toca.