la pasada semana llegó de nuevo el recuerdo, diez años después, de aquella herida que seccionó el alma de España en Madrid. La muerte viajaba en tren porque hubo quien se encargó de comprarle billete. Hoy aún hay quien sigue sembrando dudas de la autoría. Lo burdo se apoderó de la clase política dirigente en aquel momento. El gobierno apuntó a otros la culpabilidad, anteponiendo intereses políticos a la verdad que se vislumbraba y que después brotó entre las vías. La guerra y el fanatismo estaban detrás. La guerra siempre está detrás, pero no mana sola por las calles. Los intereses y la ambición desmedida es su alimento permanente. Siempre está ahí acechando, porque aquellos deseos humanos están en el ADN de la persona, de muchas personas. Ahora el silencio no basta. El silencio se alimenta de la mentira con medias palabras, ni ciertas ni falsas, con insinuaciones, con sonrisas, con despechos. Han pasado diez años y algunos siguen sembrando incertidumbres para justificar a aquellos que todavía están ahí, porque aquí nadie asume la verdad de sus errores, aunque estos sean adrede desde su génesis. Pero aquellos muertos, que fueron todos nuestros muertos, callan mientras sus familias siguen llorando su ausencia.
Creo que para que este país consolide sus principios, su presente y su futuro es preciso poner sobre la mesa las verdades, es preciso que dejen de tratarnos a los ciudadanos como simples votantes, como gentes inmaduras que precisan que unos pocos decidan por ellos, por nosotros. Nadie con poder debe utilizar ese poder en función de sus intereses de espaldas a los intereses generales; nadie con poder debe permanecer indefinidamente en él, porque el poder mancilla, desvirtúa, encela, miente y manipula cuando quien lo ejerce se cree amo. Y no solo en la esfera política, ocurre igual en todos los ámbitos donde el jefe siempre es el jefe, donde quien lo ejerce siempre es el mismo.
Diez años y ciento noventa y dos vidas segadas, por nada, para nada. El bosque de los ausentes debe extender sus ramas por todos los corazones, y aquellos que se atrevan a manipular una sola de sus ramas, uno solo de sus tallos debe largarse a su casa, si es que en ella lo admiten. Diez años desde que todos morimos un poco, desde que las lágrimas inundaron las calles mientras algunos buscaban excusas para seguir ahí. Hay silencio, pero no hay ni habrá olvido, nunca. Aquello debe unirnos, debemos hacerlo útil para ser más fuertes, pero desde el conocimiento, no desde el oscurantismo y la manipulación.