Al final gobernar se reduce a repartir lo mucho o poco que haya. En el reparto influyen criterios, prioridades y lealtades más que la objetividad. Algunos quisieran hacer lo de aquel que al llegar la gota de aceite a su pan pedía un redoblillo para detener la mano que llevaba la aceitera. Y así andan muchos, cantando o callando por las esquinas, para que sobre su pan caigan las gotas hasta cubrir la superficie. Ocurre que a veces las prioridades no son las mismas que las necesidades, como viene a ocurrir con el reparto que el gobierno del PP viene haciendo con Andalucía cada vez que puede. De ahí nació la deuda histórica que poco a poco se fue olvidando, que no acabó nunca de pagarse. Igual puede ocurrir después con la cascada de repartos hacia ayuntamientos, diputaciones y demás manos que muestran su pan a la aceitera. Lo que resulta paradigmático, aunque menos, es cómo le siguen el juego a sus grandes jefes quienes parecen asalariados de la cosa, y reclaman a la mano inmediatamente superior más aceite si es del partido contrario, en lugar de exigirle a quien abre la llave desde el principio para que no aplique medidas minimalistas y ruines a los que luego habrán de alimentarles a ellos. Pero aquí hay quien mira más por el partido que por quienes han de ser beneficiados de la acción política directa. Ciegos por dejar tuerto al oponente. El PP ha decidido que los niños pobres andaluces han de resolver los 365 días del año con menos de 2 euros, mientras que los melillenses y riojanos suben hasta los 150 y 50 euros. No sé lo que le dirán madrileños y valencianos, que están poco más arriba que los nuestros, salvo que apliquen una segunda e incluso tercera aceitera para completar el asunto, cosa que se suele hacer con bastante frecuencia en este submundo político, con lo que intentarán callar a los andaluces con aquellos criterios, homogéneamente aplicados, mientras por detrás las aceiteras vuelan para acallar voces calladas de los propios. Como si los de aquí fueran ajenos, con lo que están además cargando de pólvora a quienes han de exigir mucho más desde panes municipales, que curiosamente son los más próximos a las necesidades de la gente, consiguiendo una presión en los repartidores intermedios con la que pretenden extraer hasta la última gota. Y mientras, quienes sufren son los de siempre, quienes más necesitan, gentes que dependen de una ayuda, parados, funcionarios, jubilados que han de seguir alimentando, poniendo aceite de su escasa aceitera a hijos y nietos. Los que reparten, con Montoro a la cabeza, se frotan las manos viendo los aprietos en los que ponen a la Junta, sabiendo como saben que esas bofetadas se las están dando a la administración andaluza en los rostros y cuerpos de los andaluces más desfavorecidos, como siempre. Al final el aceite lo calientan a tortas, no en panes.