Granada ha despertado del verano con más calores que en agosto mismo. El personal ha regresado, si es que se había marchado, porque tal vez ha preferido, o no ha podido hacer otra cosa que quedarse en casa. Granada ha regresado con las mismas polémicas con las que se ausentó. Si bien, algo ha cambiado, pues se ven cuadrillas de barrenderos por zonas donde hacía años que habían desaparecido. Tal vez tenga algo que ver el hecho de esta ciudad haya sido sede de la selección española de baloncesto en un mundial que ha llenado el Palacio, tan vacío durante estos últimos años por obra y gracia de un alcalde que incumplió con sus contratos, mandando a un club de primera a las catacumbas. Prefirió entonces pagar unos cuantos millones de euros para que Granada fuese sede, porque sabía que aquí la afición no fallaría, porque está muy por encima de sus políticos, de esos que han asistido a los partidos porque lo llevan en el maletín o en el sobre de sus responsabilidades. Vaya por delante el magnífico trabajo realizado por los responsables de las áreas correspondientes. Granada ha sido foco español en esta semana, y lo habría sido durante todos los fines de semana cada temporada en la parte que le hubiese correspondido de no haber sido por la miopía de un alcalde que entonces aparentó mirar nada más que al fútbol, pensando que con eso ya estaba bien. Tal vez acertara, porque de todas formas sus votantes habrán seguido apoyándolo y defendiéndolo, aunque haya relegado este hermoso deporte hasta los confines. Saldrán los números de los beneficios que ha traído este mundial, y serán ciertos, todos, pero una riada no trae riqueza, la trae el riego fino y sostenido a lo largo del tiempo, y eso es lo que suprimió este señor con su decisión de dejar de apoyar al CB Granada. Ahora parece que ya lo hemos olvidado, cuando los Gasol, Reyes (el jugador), Calderón… han dejado su impronta en nuestro pabellón. Y después, qué. El silencio, la nada, el relamerse quienes han obtenido las prebendas. Y a acumularse otra vez la suciedad en los entornos del Palacio de Deportes, donde los barrenderos pasarán cuando sus jefes se lo ordenen, y el silencio se vuelva a apoderar de una ciudad que calla, que calla desde que la razón es siempre de los poderosos. Sabe uno que la razón no tiene dueño, sabe del sarcasmo y de la malicia de ciertas sonrisas. Pero en el fondo Granada merece otra cosa que salir solo de nombre en unos cuantos partidos por la televisión durante una semana. Que también. Granada merece estar mucho más arriba, pero no solo por ella misma, por los ciudadanos que en ella vivimos, por las gentes que acuden a disfrutarla, por algo más que un puñado de millones puestos al servicio de una federación.