Durante estos días los cementerios lucirán sus mejores galas. Flores, colores dorados y argentas; gentes por sus calles de tierra y piedras, y cal en los pueblos relumbrando las paredes entre cruces negras. Durante estos días los muertos recibirán las visitas de aquellos que no quieren olvidarlos. Y desde dentro, todos iguales, también aquellos que ocupan espacios abandonados, flores mustias de plástico ajado y descolorido, o nada más que tierra y piedras. Rejas oxidadas y mármoles gastados por las aguas y los vientos seguirán cumpliendo con su función de tapar lo que otrora fue vida, palpitar, amor y odio. Y otros, que también duermen en la tierra, y que no podrán recibir más que recuerdos de quienes no saben siquiera dónde se hayan sus polvos, sus huesos, sus sangres secas, serán recordados por quienes aún ignoran las cunetas, las tapias, los campos en los que fueron dejados, bajo las hierbas y las piedras. Todos los muertos que habitan en los corazones y en la memoria ocuparán los pensamientos de quienes a lo mejor no los olvidarán nunca, aunque cada uno esté en un espacio que no le importa, pues en esos estados poco importa si vuelas por los aires, o acabaste en la mar, o en un jarrón, o en un diamante, o tal vez bajo la sombra de un árbol viejo. Ellos y ellas quedan en las almas de aquellos que los amaron, o que de ellos nacieron, como en las almas quedaron los que jamás fueron encontrados. Sus vidas, como las de todos, construyeron esta sociedad que acudirá a los cementerios, o desde un rincón de una estancia oscura pensará en quien un día cogió su mano y besó su mejilla, o su boca, o su frente, y hoy queda ahí, al otro lado del corazón de la vida, que es la muerte.
Es día de fiesta, porque nuestros antepasados merecen que paremos unos minutos y los busquemos en nosotros, habrá quien actúe como si fuese obra de sí mismo, sin memoria y sin más vínculo que su cuerpo. Sería tal vez bueno que todos aquellos que olvidan su pasado se dieran un paseo por algún cementerio, da igual cual, y viesen dónde los aguarda su futuro, y observasen que todos los silencios se adueñan de las almas más poderosas, y de las más humildes, y que la riqueza no mueve ni una sola mota del polvo que al fin queda. Solo los corazones de quienes aún están aquí son capaces de mantener vivos a quienes ya descansan bajo la tierra. Mientras tanto, aquí nos empeñamos en arruinar aquello que no tiene prórroga ni segunda parte, la vida; y de plantear cada día como si nada importase, ni acciones, ni palabras, ni odios, ni amores. Y el oro sigue deslumbrando las miradas de los más ciegos, llenando sus panzas mortales. Y el ego, hinchando la vanidad desafiando a todas las leyes humanas y divinas. Silencios rotos de los cementerios.
Qué bien nos llega esta reflexión en esta época en que olvidamos que vida y muerte son cara de una misma moneda.
Sin embargo, hay quien vive pensando que lo hará eternamente, sin pararse a intensificar cada momento.