Bárcenas, ese exgerente, exsenador, extesorero del Partido Popular, ese hombre a quien Rajoy le susurraba vía mensajes cual adolescente que fuera fuerte, va a salir de la cárcel tras haberse apropiado de forma indebida de una majestuosa cantidad de millones y llevárselos allende las fronteras. Si hubiese comprado comida para quitar el hambre a su hijo con una tarjeta encontrada en la calle lo habrían mantenido en la cárcel. Él, el hombre que alquilaba helicópteros para ir a esquiar, ese ser que presuntamente repartía sobres llenos de billetes de colores entre los dirigentes populares, Bárcenas, el hombre tipo de las finanzas del partido en el gobierno, quien ha cobrado en diferido, sale de la cárcel al reunir doscientos mil euros. Aunque solo sea de los intereses bancarios, aunque solo sea por los intereses de los interesados en que calle, él, el esquiador de Huelva, saldrá a la calle, y desaparecerá durante una época, aunque estará localizado para el juez que le abra la puerta. Mientras, en este país la gente sigue su vida, como si todo fuese normal, como si los parados, como si los corruptos, como si los ángeles y los demonios, como si el personal viviera en un planeta en paralelo, con unas vivencias que para nada tienen que ver con la realidad. Con esta decisión la justicia viene a dar la razón a quien no cree en ella. Y mientras, centenares de servidores de esta justicia se rompen literalmente el cráneo para intentar ser justos, para llevar decisiones a las salas que recojan lo que debe ser. Ellos no se extrañarán nada de que la gente dude, de que el personal no crea, de que aparentemente todo dé igual. Bárcenas en la calle es un insulto para la ciudadanía, como lo es en la cárcel esa madre que compró alimentos para su hijo con una tarjeta que no era suya. Hemos perdido los papeles, aunque unos más que otros. Y que no se extrañe nadie, esta decisión que tanto beneficia a algunos a quien más perjudica es al conjunto de la sociedad, y sobre todo al mismo Partido Popular, porque al final la cárcel para Luís solo ha sido un espectáculo como la de los tertulianos peleándose en las televisiones, como los dirigentes políticos que entran por una puerta y salen por la otra, como aquellos criminales que desde sus atalayas se ríen del personal, que desde aquí abajo, además, paga los gastos. Las vergüenzas de este país están en los periódicos, y no son las de la ciudadanía precisamente, son las de quienes quieren predicar y pedir votos y usar corbatas de seda e incluso hacer anuncios para la televisión, dando por hecho que todo lo que sale por ahí es bebido por el personal como si de agua fresca para el sediento fuese. Incautos nosotros, a lo peor es verdad y ya la capacidad de reflexionar se ha quedado dormida, sobre la almohada.
Esto de la globalización ha llegado lejos, tanto que ya globalizaron la corrupción.