Dos millones y medio de niños en España están por debajo del umbral de la pobreza. Sé que esto no vende, incluso me arriesgo a que usted, estimado lector, derive su mirada hacia otra página. Pero la realidad es así de cruda. Esos niños no sufren dolores de estómago por no comer, seguramente. Pero sus familias no pueden darle una alimentación completa, que permita que su cuerpo y su mente se desarrollen como es debido; no es que no tengan luz eléctrica, es que tal vez sea tan escasa que al llegar el atardecer deban cerrar los libros porque no ven; no es que no tengan materiales escolares, es que tienen los mínimos para alcanzar el conocimiento apropiado; no es que pasen frío, es que a lo peor han de ponerse muchas más prendas debido a la baja calidad de estas; no es que no se aseen, es que puede que hayan de recurrir a métodos de hace cuarenta o cincuenta años (ollas de agua caliente porque no hay para pagar el gas). No se trata de otra cosa, es esto lo que ocurre con 2.500.000 niños en España. Los maestros lo ven en las aulas, porque al final todo acaba en la escuela (si los maestros hablaran cuántos políticos tendrían que callar, por vergüenza, y marcharse a su casa, por inoperancia). No es buscar culpables. Víctimas ya hay, los resultados los notará nuestra sociedad cuando estos niños sean adultos, porque todo esto trae consecuencias con el tiempo. Se trata de encontrar soluciones, y las hay. Y todas pasan por dedicar los recursos precisos a los más pequeños. Una sociedad que no cuida a sus niños es una sociedad en fase de putrefacción. Por eso, ahora que se acercan los tiempos electorales, miremos detenidamente la letra de los compromisos en cuanto a educación, en inversión en escuelas, en monitores escolares, en actividades extraescolares, en comedores, en plazas de maestros desde la educación Infantil hasta la ESO. Miremos los recursos que se destinarán a construir colegios e institutos. Y exijamos que en esto sí se cumpla. No puede ser que nos vengan vendiendo cientos de kilómetros de autopistas cuando los niños pasan frío en la escuela, cuando no se garantiza una educación completa y con los instrumentos necesarios. En la enseñanza comienzan a darse las principales segregaciones sociales y personales de un pueblo, por eso hay que garantizar que los niños, todos los niños, tengan unos mínimos en cuanto a su desarrollo físico e intelectual. Los colegios han de ser lugares en los que se iguale, en los que se garanticen esos mínimos, y eso tiene un coste, el coste más rentable para todos. Ahorrar en educación es frenar el desarrollo del conjunto e hipotecar el futuro de los más desfavorecidos, y a la postre, de todos. Esto deberían saberlo quienes están llamados a intervenir en política, y ejercerlo cada día durante su mandato. Y ahora, la ciudadanía mirarlo con lupa, antes de ir a votar.