La provincia granadina ha visto disminuir el paro durante marzo en 50 personas. No entremos en porcentajes, las cifras de parados en esta provincia son espeluznantes. Los que peor llevan la situación son aquellos que nunca tuvieron un empleo. ¿Culpables? Todos, pues Granada no está dotada de estructuras que generen trabajo a sus habitantes. Esta provincia está aún respirando por los poros de un siglo XX en el que no supo despegar en lo económico, se quedó a ras de suelo. Falta imaginación y falta que el capital se ponga en marcha, pero aquí, no en la banca, no en otras comunidades. La inercia es la de esperar, la de confiar en que llegue un maná. La clase dirigente no parece hallar soluciones, o tal vez está demasiado anquilosada en un pasado, en el pasado del que proviene. El personal no quiere asumir riesgos con sus capitales, se busca la rentabilidad fija sin jugársela. No existen iniciativas empresariales que vayan más allá de bares y comercios. Las ideas no fluyen, y cuando lo hacen son frenadas por una estúpida confrontación hacia el malentendido poder de la Junta, buscando unos réditos electorales que solo conducen a un sedentarismo una vez ganadas las elecciones. Granada debe generar una industria propia, que bien puede girar en torno al turismo y a la investigación. Los dos focos están ahí pidiendo a gritos que se les empuje, pero el anquilosamiento de unos pocos, que pueden resultar beneficiados, impide que este salto cualitativo y cuantitativo se produzca de una vez por todas. Estemos atentos a la próxima campaña electoral, no solo en la ciudad nazarí, también en los principales municipios de la provincia. Analicemos el sentido de las propuestas a la ciudadanía, cuáles son los objetivos de aquellos que quieren seguir gobernando o aspirar a hacerlo, observemos si en lugar de buscar culpables se plantean soluciones de dinamismo e innovación en los núcleos de población. Veamos si se ponen proyectos o quimeras sobre la mesa, si las ideologías son reales o amparos de continuidad. No entiendo cómo se permite que rencillas interesadas, que diálogos de besugos sigan imponiéndose en lugar de plantear un salto hacia delante que permita a la población salir de este marasmo en el que estamos sumidos, creo que desde que los libros plúmbeos aparecieron. Miramos alrededor para enfrentarnos a nuestros vecinos, en lugar de aprender lo que ellos han sabido hacer bien, y todo empieza por escuchar a la gente, por facilitar los recursos, por hablar, porque a la postre la política es el arte de hablar y de entenderse, y a todos aquellos que de forma apriorística entren en ella embozados en la sordera es mejor dejarlos a un lado, pues al final solo traen pobreza, miseria, y esta provincia posee todo lo preciso para vivir con la dignidad que da un trabajo acorde a los tiempos en los que vivimos, con salarios decentes y con una población que pueda mirarse a la cara cada día porque está satisfecha con ella misma.