La sensación que ha quedado en la población española sobre los políticos es similar a la de una sala de fumadores de aeropuerto. Quien entra en ella sale impregnado del olor a nicotina, a humo, a alquitrán. Fume o no fume. La cosa política, que debiera ser entendida como de servicio público sin más, se ha convertido en los últimos tiempos en nuestro país en algo similar, con la diferencia de que en ella una inmensa mayoría lo están en función de ese servicio. Pero la minoría que ha tomado otro camino en esa actividad ha acabado impregnando con el mismo olor a todos los participantes. La situación tras las elecciones del pasado domingo se ha vuelto apasionante. Se han abierto puertas y ventanas, parece llegado un tiempo nuevo en el que aquellos que impregnaban con ese olor a la totalidad están llamados a marcharse, por muy enrocados que estén. Y así, el personal parece encantado, haciendo cábalas sobre lo que puede ocurrir, sobre lo que cada cual, cada grupo, debería hacer, siguiendo viejos esquemas o apostando por un nuevo tiempo en el que la palabra retome el poder, en el que el consenso finalmente sea el que marque el rumbo, en el que la transparencia acabe con los cortijos y con esos que han gobernado como si la cosa pública hubiese de subyugarse a sus intereses partidistas o particulares. Es un tiempo en el que la prensa debe seguir teniendo un papel fundamental como expansiva de aquello que se hace, y en el que la justicia debe limitarse a hacer justicia. Se han acabado los espejos de autocomplacencia, gobernar desde despachos, dar la espalda a los problemas de la calle, hacer las cosas de modo dictatorial, porque ya será difícil que las sartenes vuelvan a tener un solo mango. En la ciudad de Granada creo que Torres Hurtado se equivocó volviendo a presentarse a las elecciones. Un político no tiene por qué despedirse de la política con una victoria tan amarga, podría haberse despedido con su última y aplastante victoria, pero los partidos empujan anteponiendo sus intereses a los de quienes en ellos militan. Ahora toca observar los movimientos de Luis Salvador, a quien su pasado ha de pesarle. Sería difícil de explicar un apoyo tipo IU en Extremadura al PP, y también sería complicado un tripartito tan variado. Tal vez la solución final discurra por su abstención ante dos candidaturas en las cuales ninguna de ellas alcanzará una mayoría suficiente. Con ello estará entregando la alcaldía al PP. O tal vez volvamos a un tripartito, solución que parece haber votado claramente la ciudadanía granadina en el que el acuerdo impere. En cualquier caso, no caben lecturas despreciativas o denigrantes a cualquier fórmula que se alcance, porque la ciudad ha hablado y ese es el resultado de su palabra. Que nadie se arrogue ahora la capacidad de sojuzgar a los demás, sería volver al pasado y en cuatro años se pagaría. Este sí es el momento. Ahora cada cual debe dar la talla que lleva dentro, mostrar sus verdaderos intereses, que serán leídos en función de las decisiones que tome o que no tome.