Los ojos de la escuela
Comienza el curso escolar. Los padres y madres se ven libres al fin de la presencia de los niños en casa. Vacaciones de maestro (trabajo de cura y sueldo de ministro), que se decía hasta hace poco. La obligación parece quedar relegada a llevar y recoger a la criatura hasta le entrada del colegio. Después, todo lo demás queda en manos de los docentes, personas cuya función social se ha ido minusvalorando progresivamente durante las últimas décadas, no sin alborozo de algunos padres que se consideran con derechos de acción sobre la tarea de quienes tienen en sus manos la formación de sus hijos. Los grupos de guasap que se suelen formar entre los padres/madres de los niños escolarizados en cada curso dan buena muestra de ello apenas nos asomamos a sus comentarios, dominando aquellos que todo lo saben y controlan, y los clamorosos silencios del resto. Mientras, los maestros y maestras hacen de malabaristas, afrontando las realidades económicas de las familias de muchos de los niños, con dificultades incluso para alimentar y vestir a sus vástagos, intentando que aprendan a leer y a escribir, a que se enamoren de la literatura y a que la curiosidad inunde sus corazones mientras las máquinas invaden sus entornos. Maestros luchando para que los niños tengan las herramientas precisas en su futuro con las que construir su proyecto de vida, construyendo con su trabajo país, sociedad, con un pie en el suelo y otro en los sueños que han de ayudar a construir para que esto no se convierta en un espacio en el que todo está escrito desde antes de comenzar a vivir en él. Y ahí están todos, los padres sosteniendo los arreones de los niños más pequeños, que no quieren ir al colegio, animando a los mayores a que su actitud y comportamiento sea el adecuado, patios llenos de bullas, de colonia y mocos de lágrimas; y los docentes, quienes llevan ya varios días preparando todo para poder iniciar su labor con los infantes un curso más. Y luego están las administraciones, quienes tienen una responsabilidad que a menudo obvian sobre el funcionamiento de todo el proceso. Todo está preparado, con los dineros, siempre escasos, que los gobiernos destinan a la educación, con las nuevas leyes, que con frecuencia buscan más destacar la figura del exiliado ministro de turno y utilizarlas sin el consenso preciso entre las fuerzas políticas, y la mucha voluntad del magisterio que tendrá que intentar suplir un curso más las deficiencias familiares y de la administración, sabiendo que nadie vendrá a reconocérselo, es más, sabiendo que si algo falla ellos siempre serán considerados culpables. Pero así son las cosas, fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Menos mal que siempre habrá una maestra, un maestro que verán en los ojos de los niños algo más allá que el hoy, que verán su mañana y lucharán, con frecuencia en solitario, para que ese mañana sea el mejor posible.
Cierto, Juan, que esto de ser maestro es como tener un pie en la cuerda y otro en el aire. Y qué difícil es mantener el equilibrio en una sociedad que te pasa tantas cuentas de cobro que deberían pagar los que malgastan el dinero público.