Quienes se hacen llamar independentistas catalanes están dando juego y aire a Rajoy en estas últimas semanas. A la vez, una espesa cortina de humo están siendo extendida sobre una realidad que parece quedar oculta tras las tinieblas de estos impulsos secesionistas de quienes, casualmente, pueden algunos de ellos ser citados en breve ante la justicia por sus maniobras orquestadas con los dineros de la ciudadanía mientras han estado gobernando. Rajoy ha encontrado en esta irrefrenable pasión por la independencia de unos pocos una excusa perfecta para desviar la atención de quienes estamos llamados a las urnas en un mes. Nunca se habló tan poco de un gobierno en extinción ni hubo tantos frentes abiertos diferentes a los que afectan al día a día de los paganos a hacienda, y de quienes aspiran a serlo. Todo se centra en las veleidades por un estado catalán en el que correrán ríos de miel por las ramblas y una Canaleta manando leche. Una vez que ya se sabe que todos sus males son devenidos de la otra patria, y de que el Barça ha encontrado en la liga francesa su espacio futbolero, todo queda preparado para que las fronteras crezcan al son de la sardana, se inunden sus calles de cava, y la Caixa busque clientes entre Girona y Lleida. Todo en un tiempo en el que las fronteras son absurdos espacios que limitan algo que no existe más que por intereses de quienes las mantienen, porque el capital, la pasta, ya no entiende de fielatos. Ahora Mas aspira a recibir las instrucciones directamente de Merkel, sin intermediarios en Madrid, porque él, que quiere a ser el primer presidente de ese estado, ya se las entenderá con la canciller. Ahora, que los pobres se quedan parados y paralizados entre los mares y las montañas, unos pocos catalanes han decidido que ellos ponen y quitan a su propio rey, aunque quieran ser republicanos y no encuentran otra forma de conseguirlo. Ahora, que el euro nos ha unido a la par que ha elevado los muros de la desigualdad, ellos, esos pocos gobernantes que aspiran a seguir viviendo de la política sin que los juzgados españoles los llamen para preguntarles por finanzas, tresporciento, puyoladas y demás cosillas han decidido que España les viene chica. O tal vez sea que ellos se sienten muy grandes y no caben. Y mientras, Rajoy se mueve con la agilidad de un centauro del desierto observando cómo se habla mucho menos de los parados, de los dependientes, de la sanidad y de la educación, y va ocupando espacios temporales consiguiendo que el personal mire hacia el nordeste y deje de mirar para sus propios adentros, ya sea en el centro, sur u oeste, que da igual. Y nadie parece centrarse definitivamente en dar soluciones al conjunto, incluidos en este conjunto los catalanes, y si me apuran hasta los portugueses, que están ahí mirando desde un Oeste por el que ya ni entran borrascas, que han cambiado el sentido de las cosas.