Apenas imberbe con la tiza en la mano, en aquellas aulas de la Normal, Luis se dispuso a comenzar su clase. El conserje, al ver al joven en semejante disposición, se dirigió a él para conminarlo a que ocupara el supuesto lugar que le correspondía entre los estudiantes: la bancada. Aún recuerdo a aquellos conserjes, que mandaban, y mucho, en el que entonces era el templo de la formación del magisterio. Y es que estaba comenzando su carrera el profesor Luis Rico, casi un estudiante más, como siempre lo ha sido después, porque hay oficios en los que el estudio es imprescindible a diario, aunque haya quien piense que ya lo sabe todo, como en todas partes. Sus números aplastan cualquier ecuación del grado que sea, pues ha enseñado en todas partes, en todas las estructuras, matemáticas y doctorales en el mundo universitario. Ha gestionado y pudo ser rector, cosa que la universidad granadina se perdió de forma lamentable. Ahora, tras casi medio siglo entre alumnos y compañeros, entre logaritmos neperianos, álgebras, sumas y multiplicaciones, tras indagar nuevas formas de hacer llegar a las gentes el convencimiento de que las matemáticas son y han sido un sustento social e individual indiscutible, dimensionador del pensamiento, compañeras inseparables de la lengua, en amor a veces posible y otras imposible, como en toda pareja que se precie, ahora decía, Luis ya es llamado a ser emérito, que es una forma diferente de continuar un poco más, pero de otra manera.
Y es que los últimos decenios del magisterio granadino no se comprenderían sin el talante de este hombre sencillo, como lo son quienes saben, pues los demás han de ocultarse tras la soberbia; de este hombre afable, que es cualidad innata, pues no se puede construir tal desde un alma distante; de este hombre que siempre estuvo con la disposición de escuchar, de luchar también por lo que los demás necesitaban, y sigue. Hay quien busca aparentar lo que ni es ni fue ni será. Luis es ejemplo vivo de la humanidad caminante, a veces con el silencio como compaña, con la meditación y el cálculo como sistema, como la sonrisa amable y saber estar. Miles de maestros hoy enseñan matemáticas en las escuelas de otra forma más próxima a una realidad que está en el siglo XXI gracias a sus enseñanzas, que no doctrinas; a sus ejemplos, que no composturas. Uno se puede sentir y se siente orgulloso al pensar que durante unos años ha compartido aulas, alumnos, reuniones y conversaciones con un maestro de maestros como Luis Rico. En las aulas quedó su ejemplo, sus enseñanzas, que no todos supieron alcanzar, aunque él dio oportunidades a cada uno, pero en la enseñanza, que es la vida misma, tú repartes, y cada cual llega hasta donde quiere, puede o le dejan, y Luis ha enseñado, alumbrado, orientado, escuchado, aconsejado, y tantos ‘ados’ más que ahora bien podría ser que se le echase de menos mucho más de la misma cuenta.