Los miles de personas que ocupamos las calles la semana pasada, pidiendo solución a la brutal desconexión que sufre esta tierra, ha vuelto a dejar en cuclillas al Partido Popular, porque ellos así se han puesto. Dicen no comprender el motivo de esta manifestación, por eso no dieron la cara durante la misma, en la que se vieron rostros muy diferentes a los habituales en las manifestaciones por la ciudad. Rostros de gente que está preocupada y dolida por esta situación marginal en la que el gobierno de Rajoy ha situado también en esto a Granada. Pero el PP no ha querido poner su cara en esta manifestación popular en la que solo se estaba pidiendo justicia ferroviaria, no se pedían dimisiones, ni se atentaba contra la reputación de nadie, ni se cuestionaban otras cosas. No, solo se pedía tren. Pero el PP no estuvo a la altura, aunque sí estuvo a la misma bajura en la que lleva situado desde que esta posición de cierre de railes se produjo hace 500 días, intentando dejar en ridículo al alcalde granadino, Paco Cuenca, con sorna en las declaraciones, con reuniones a sus espaldas, con esa insolencia que suelen sacar las gentes que se creen superiores a los demás, fuera del bien y del mal, creyendo que todo ha de pasar por sus manos, por sus intereses, que sin ti yo no soy nada. Tal vez sí acudan a los juzgados a acompañar a Torres Hurtado cuando en unos días comience su calvario por las gestiones realizadas en el ayuntamiento nazarí mientras era alcalde del Partido Popular, o tal vez también lo dejen solo. Eso se verá, pero aquí no han estado, no han dado la talla. Han hecho mutis por los foros, o tal vez, como hacía un buen día, estaban sus grandes jefes comiendo choto en algún cortijo. La ciudad se levanta, sus gentes, votantes de todos los partidos, incluido el ausente, caminan despacio por su centro, con orgullo y con respeto, pero sin resignación, convocados por colectivos ciudadanos. Y esta es la primera vez, que serán necesarias más, y entonces quizás los dirigentes populares, que hay que considerar que cobran sus buenos salarios por defender los intereses de esta tierra, quizás, tal vez sí acudan, y ahora es posible que busquen justificaciones por su ausencia, un vacío como el de los trenes en las vías, un silencio ruidoso, como el de los autobuses que transportan a los viajeros hasta la estación de Santa Ana. Ellos sabrán lo que hacen. O lo que no hacen, y saben que habrá quien los defienda, quien los justifique, quien dé la cara por ellos, esa cara que ellos no han dado en esa manifestación del pueblo para que Granada sea respetada igual que las demás tierras de España, esa España que ellos dicen defender más que nadie, aunque luego es la gente que la trabaja, que la vive, que la sufre quien la defiende y quien lucha por ella, desde todas las ideologías.