Pasó la calentura que el informe PISA desató hace unos días. Los políticos encontraron una vara para atizarse. No entraremos en lo dicho por ellos. Tampoco en las causas por las cuales los resultados son los que son. Ni siquiera diremos nada de las diversas perspectivas desde las que se pueden analizar estos datos ni los intereses que hay tras cada interpretación. Que los niveles de comprensión lectora no son lo que deberían ser es evidente, que venimos de donde venimos es real, que las aportaciones de las administraciones en esta materia son aún muy insuficientes es patente. Pero ni las cosas son tan negras acá en el Sur, ni tan blancas en los Nortes. Todo es interpretable en función de los intereses de quien lo hace. Hay una realidad, y es que la lectura precisa de una mayor atención, de más tiempo por parte de los aprendices, y de más atención por parte de quienes los rodean. Los palos se los lleva el sistema educativo, los cambios de leyes que trae cada uno de los gobiernos, sin un pacto firme por la educación. Pero de forma colateral, los docentes también se llevan los restregones. Habría que aclarar que un maestro, una maestra da todo lo que tiene en el aula, pero normalmente le falta tiempo y apoyo. Tiempo para llegar a todo lo que se le exige, cada vez más cargados de burocracia y con mayor presión desde padres y la propia administración. Tiempo para formar, para dedicarlo a cada alumno en función de sus necesidades, para corregir, para hablar y escuchar a los niños, para algo más que cumplir con unos contenidos que con las prisas corren el riesgo de quedarse en teorías. Tiempo para leer con el alumnado y hablar después sobre lo leído, y buscar su expansión y su concreción en las realidades de la vida, sin prisas, porque eso es comprender para aplicar después. Tiempo para intercambiar con sus compañeros la experiencia docente del día a día. Ya sé que desde los despachos se puede decir que todo esto se hace, desde los despachos, tan lejanos con frecuencia a la realidad del aula. Y apoyo a su labor, apoyo material, pero también institucional y administrativo. No se debería consentir que un docente se encuentre solo frente a realidades que nada tienen que ver con su tarea de enseñante. La disciplina, educación, respeto y tantos valores que han sido sustituidos por otros que arrollan al docente han de ser instaurados de nuevo. Una sociedad que no es liderada en formación y en valores desde la escuela no va a ningún lado. Se equivocan quienes piensan de otra forma, y la realidad está demostrándolo. Nadie da lo que no tiene, como dijo Pedro al mendigo que le pedía unas monedas. Demos a los docentes la capacidad de poder repartir lo que la sociedad necesita. Si no lo hacen ellos, nadie lo hará. Y el mal menor será lo que diga PISA.