Decía Sebastián Pérez que Luis Salvador estaba mareando la perdiz con el asunto de descabalgar a Paco Cuenca de la alcaldía, que lo que pretende es hacer un brindis al sol. Quiere recuperar la alcaldía nazarí, vayamos a que el 26 de mayo de 2019 el personal decida votar a otros y se pegue el PP siete años, mínimo, sin mover poder municipal. Y ahí, en el cuarto oscuro en el que están ahora los Populares hay poco que ganar. Y sabe que la gente olvida ciertas cosas pronto, unos antes y más que otros, y que lo de la supuesta corrupción de sus concejales, alcalde al frente, hace apenas unos meses, será agua que no mueva molino para las próximas elecciones. Sabe que sus votos los tiene seguros, sus doce concejalías están ahí esperándolo, cree. Necesita dos más para garantizarse recuperar el control, y lo que ello conlleva. Y es ese discurso, precisamente ese, el que tira a la gente para atrás. Sobre todo a los indecisos, a quienes deciden su voto poco antes de ejercerlo. Estamos en unos tiempos muy diferentes a aquellos en los que se ganaba con la gorra, en los que cuatro cosas chistosas, que sonasen bien, que metieran los dedos en la hiel, arrastraban al personal a las urnas. Hoy la información fluye de otra forma. En cualquier momento las hemerotecas ponen al día las noticias de hace unos años, y rápidamente los hechos regresan. Y cobran protagonismo los personajes y sus hazañas de ayer, y los planes y permisos de obras, y los coches oficiales, y las sornas pasadas, y las soberbias, y los pecados, veniales y capitales. Las cosas son diferentes, la sociedad evoluciona, y conservar es preciso, sobre todo si se come de la conserva, pero evolucionar es imprescindible, porque ya nada es lo mismo, por mucho que se utilicen antiguas fórmulas de descalificación. La gente está aburrida, harta, cansada, más aún en una ciudad como esta, que vive apartada del resto del mundo a causa de promesas incumplidas, de cantos de sirena de esos políticos que son incapaces de hacer una mínima autocrítica, y pedir perdón por haber cobrado suculentos sueldos sin haber conseguido nada productivo para las personas (no para ellos); políticos que solo viven para sus intereses y los sus partidos, y que no dudan en quedarse ciegos por ver tuertos a los contrarios. Y todos no son iguales, al menos eso es reconfortante. Mientras unos lo intentan, otros ponen chinas en los zapatos. El AVE es buen ejemplo de ello. Buscar el ridículo del alcalde por luchar con el Ministerio (que parece del Tiempo), en lugar de ponerse codo con codo con él para conseguir que de una vez por todas se acaben las obras, es fiel reflejo de lo que decimos. Pero, querido lector, el cerebro, esa masa grasienta con poco fluido sanguíneo, que diría Aristóteles, a veces se encuentra cristalizado, y la panza, donde la sangre no cesa, impide ver que se llevan los cordones desatados.