La realidad viene empujando. Las fiambreras, ahora de plástico, de todos los tamaños y formas, viajan desde la casa de los padres a la de los hijos. Comida recién hecha o congelada. Las pagas de los jubilados han de dar para llenar esa fiambrera que permitirá a los hijos y nietos comer algunos días a la semana. Y también a aquellos que se emanciparon cuando pudieron, y ahora ya apenas pueden. La derecha se ha bajado de las manifestaciones que han recorrido las calles españolas con millones de voces pidiendo igualdad, y los pensionistas exigen lo que tienen derecho. Pero la derecha dice que no, o que sí según intereses. La realidad es tozuda. La ruptura social está ahí. El gobierno presume de haber logrado la recuperación, pero solo unos pocos se han recuperado, fundamentalmente los que nunca cayeron, esos son los más sobrepuestos. Los demás arrastran sus miserias cada día como pueden, con orgullo, porque el orgullo camina con paso firme. Pero lo cierto es que esto ya no es una brecha, es un barranco. Quienes tienen, guardan, en bancos, en cajas, en ladrillo. Los que no tienen apenas miran, piensan, callan a veces. Otras veces vociferan contra unos culpables que se escabullen entre sonrisas, sarcasmos y silencios. Y palmaditas comprensivas en el hombro. Tal vez piensen que anden ellos calientes… Pero al final todo llega, aunque eso no llene los platos ni calce los pies ni abrigue los cuerpos. Sí, se está produciendo un abismo entre las gentes de este país. Los salarios ridículos son codiciados, y los salarios generosos son escondidos. Solo Montoro lo sabe. Cada cual busca su refugio y su justificación, desde la fe y las creencias hasta la indomable insolidaridad que acompaña a incrédulos corazones que se ponen de perfil ante las lacerantes situaciones ajenas. Sí, corazones de perfil que apenas palpitan lo justo para seguir vivos, pero sin que se les escuche, vayamos a que les pidan algo. Unas gotas de sangre a una mano, que las necesita pero que nos las pide, pueden ser suficientes, si acaso para justificarse a sí mismos. La brecha ya es tan enorme como la separación de las aguas bíblicas, pero los del lado seco lo ven todo maravilloso, mientras los otros siguen paseando fiambreras por la calle, con el alimento que les permite sobrevivir un poco más, con el orgullo cogido por las asas, con el corazón encogido porque ellos no han hecho nada para que la vida los trate de esta forma. Y los jubilados siguen haciendo un poco más de comida, y el gobierno les sube veinte céntimos al mes, y Rajoy sigue con su discurso, y los demás callan. Buenos árboles que con sus sombras cobijan siempre a los mismos. Y todos los demás comenzando a tomar las calles. Mientras, poco a poco se acercan los años electorales, y habrá mucha gente que olvidará, si para entonces aún sigue aquí, que eso nadie lo sabe.
Muy bueno, como siempre