¡Cómo podía frenarlos la lluvia! Muchos de ellos nacieron alrededor de la guerra y postguerra. Lucharon con el arma del trabajo y el alma en las cosas. Se vieron privados de todo aquello que se les podía privar. Otros, más jóvenes, estudiaron a base de ímprobos esfuerzos familiares. Sacaron sus estudios y dedicaron su vida a marcar la diferencia para que sus hijos no pasaran por donde ellos habían pasado. Vivieron el mayo del sesenta y ocho ya activos, pusieron a flote una democracia que traería unos cambios sustanciales a este país, a sus gentes; se levantaron pacíficamente ante el terrorismo, del que fueron víctimas de una u otra forma; aguantaron los desmanes de unos pocos metidos en la cosa política que robaron sin el menor escrúpulo; votaron cuando fue preciso, pues durante muchos años se lo impidieron. Llegó una crisis de la que ellos no fueron culpables, pero sí víctimas, y arrimaron el hombro para que este país no se viniera abajo, ayudando a sus hijos y nietos, y ahí muchos aún están enganchados. Pero siempre fueron los secundarios, e incluso, los terciarios. Cuando algunos llegan al poder pareciese que una mano divina lo ha construido para ellos, prescinden de su pasado, de los desgarros que en el alma han sufrido sus padres y madres para que su hijo o hija pueda llegar hasta ahí. Otros recién empoderados están convencidos de que ellos lo merecen todo, y patean los troncos por los que llegaron hasta la copa del árbol. No parece importarles nada, no respetan nada porque están por encima del bien y del mal. Su convencimiento es que siempre los seguirán apoyando, porque aquellos, los que ahora son pensionistas, siempre lo hicieron. Y lanzan sofismas y peroratas, como ungidos por un dedo astral que les permite arrastrar a sus mayores hasta situaciones que siempre quisieron alejar. Pero olvidan que ellos, los mayores, además de ser más sabios, porque es lo que tienen los años, también son orgullosos. Sí, ese orgullo que impide arrendarse ante la injusticia, hacer lo que se pide a cambio de palabras vacías. Y son orgullosos porque pueden, porque si esto hoy es lo que es, lo es gracias a ellos, a su esfuerzo, a su sacrificio. Miedo da pensar cómo será este país dentro de veinte o treinta años, cuando estos de hoy sean los jubilados y beban de las aguas manadas de sus propios actos gubernamentales, porque llegará, todo llegará. Entonces, sin la costumbre del sacrificio, de la lucha, de la paciencia, habituados a que otros les hayan allanado el camino siempre, entonces no sé lo que ocurrirá, porque lo que se ve venir no lleva al optimismo, viendo lo que hay por aquí y por allá. Sí, la memoria es flaca cuando el estómago está lleno, cuando el móvil es de última generación, cuando el coche oficial los recoge en la puerta, cuando son otros los que pasan calamidades. ¿A quién le puede sorprender que la lluvia no los parase?