La fortaleza humana no la otorga el músculo, ni el grito, ni el pelo en el pecho, ni pistolas ni bombas. La dan los comportamientos a favor de las personas, cada cual en su ámbito de acción, desde el más humilde gobernante al más poderoso, desde la persona que da un poco de agua al sediento hasta la que facilita a través de sus obras que la vida vaya mejor a sus semejantes, los más próximos incluidos. Lo que Estados Unidos está haciendo con quienes atraviesan las fronteras es muestra de la pérdida de conciencia y valores de los gobernantes norteamericanos, no solo de Trump, también del cortejo que lo acompaña y que se está beneficiando de sus barbaridades. En EEUU se ha regresado al siglo XVIII, cuando llegaban barcos cargados de esclavos para venderlos como mercancía. Ahora capturan a los migrantes, los encadenan de pies, manos y cuello, como otrora, y los meten en naves en las que bajan las temperaturas hasta que solo se escucha el tiritar de sus cuerpos. Los niños son separados de sus padres, almacenándolos como animales, para que a continuación alguien con toga, que ellos llaman juez, les lea sus derechos, niños de tres y cuatro años. Lo absurdo de la situación, en estos tiempos de Internet, comunicaciones inmediatas, información en las redes, avances y globalización, solo nos lleva a que en el fondo estamos donde estábamos, porque la sociedad norteamericana, la que canta su himno con puño en pecho, que nos inunda con películas y series, que nos mete en guerras por el bien de la humanidad, esa sociedad no es capaz de reaccionar ante personajes como este Trump, flequillo de caballo pardo, quien con su dinero ha comprado una presidencia que está tirando al barro a la presidencia y a toda la población. Este personaje se permite venir a Europa, que tampoco está para tirar cohetes, y dar lecciones. Alguien que en su vida solo ha sabido almacenar dinero y comprar con él el presente de sus conciudadanos y de aquellos que pretenden serlo, ese alguien que inventa una ley que encadena a los seres humanos como personas de tercera, que trata a los niños como si fueran lechones, porque nacieron al otro lado de su frontera. Este ser cada vez se acerca más al concepto de inmundo, vergüenza de la especie humana, que dejará una huella difícil de olvidar cuando ya no esté, no en la presidencia, sino donde él quiere enviar a todos los que no piensen como él, no actúen como él, no le apoyen en sus ideas megalómanas y dañinas. El peligro de esto radica en que el sistema norteamericano, diseñado en pro de la libertad e igualdad, que ha funcionado, se pliegue a este individuo y a quienes lo apoyan. Mientras, los demás miramos hacia otro lado porque nos llegan en patera y tal vez en el fondo muchos puedan pensar igual a este lado de este universo terrenal del que unos pocos nos hemos apropiado.