Ciertamente está la provincia de Granada para sacar sus problemas a la calle y buscar quien eche una mano de ayuda para resolverlos. Mientras nuestros dirigentes salen fotografiados una y otra vez, un día tras otro, con las sonrisas incrustadas en sus rostros, la gente que camina por la calle, y la que se queda en sus casas no vislumbra más motivo que el de seguir vivo para esbozar una mínima muesca. Se podría formar una procesión dramática en la que por oficios saliesen aquellos que aún no han podido estrenarse en su trabajo, una larga, inmensa fila de representantes profesionales, como albañiles, tenderos, maestros, médicos, oficinistas, agricultores, enfermeros, diseñadores, ganaderos, transportistas, camareros, biólogos, físicos, periodistas, ingenieros, limpiadores, pescadores, subalternos… Obvio la distinción de géneros, póngalo usted en función de la casuística. La procesión será interminable, de ciento y pico mil personas, a la que se sumarán aquellos cuyos jefes y empresarios, aprovechando la coyuntura, les han colocado salarios basura por el mismo o más trabajo. También estarían los abuelos que están manteniendo a sus familias, a sus hijos y nietos, y a quienes viven de un subsidio que les permite alimentarse de los olores, y poco más. Una procesión de cuerpos que van perdiendo cada día el alma, cuyas sonrisas son los recuerdos, y su futuro acaso aguarde a una convocatoria electoral que haga a quien gobierna desbloquear las tenazas con las que está apretando ahora la yugular de los ciudadanos cuyo voto esperará recoger.
Feria del Corpus en Granada, gigantes y cabezudos, y vejigas y música, y tarasca, y más música, y niños corriendo y forasteros, que ahora llamamos turistas, haciendo fotos en las calles. Y carocas y toldos y lunares. Y casetas en el ferial con música de Sevilla, y copas de fino y rebujito, y manzanilla con cerveza. Y la obligación de divertirse, con los ojos vendados por la palabra que nos dirige. Y de nuevo las mismas caras, las mismas sonrisas, el mismo sol que al final es casi el único que nos alimenta sin pedir nada a cambio. Y todos a bailar, a bailar, a bailar.
Me hubiese gustado hoy profundizar un poquito más en nuestras fiestas, en las fiestas de nuestra tradición por antonomasia, pero es que no me sale de dentro, es que hay gente que ya hasta se avergüenza de salir a la calle para no mostrar la indigencia a la que estos dirigentes la están llevado, y a veces las fiestas rozan más la lágrima oculta que la risa sostenida.
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