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Escribo desde Güevéjar.
La tarde cae a plomo con el primer sol de primavera que pica.
La plaza del pueblo devuelve el eco de niños que juegan en la sombra.
En la esquina opuesta cuatro jubilados de gorra y cayado ven pasar la vida, que se lo han ganado.

Conocen a los fallecidos. «Es el yerno de los Vázquw. Es que en los pueblos todos nos conocemos por el apodo», justifica.

Las banderas, cuatro como el número de fallecidos, ondean a media asta.

En el bar El Nido apenas hay ya una persona. Son las cinco de la tarde y sobre la barra vacía permanece el diario Ideal solitario y abierto de par en par por las páginas con la información de la tragedia.

Es una metáfora válida de las espinas de esta vida pero también de la dureza del oficio de contar que es el Periodismo.

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