De repente, una chica maravillosa fijaba la mirada en ti mientras te decía, como susurrando: «Cansado de las mismas respuestas, decidí cambiar mis preguntas». La mujer de mirada sugerente y gesto delicado estaba cubierta de los mejores colores y podía disfrutarse en uno de los muros de la calle Molinos, en una casa que sobresale y rompe la línea de la calle a la altura del hotel Molinos.
Ahora, con el renacimiento del Realejo, lleno de bares con estilo y tiendas de todo tipo al calor de la reinauguración de la Escuela de Arquitectura, el local cerrrado desde hace años ubicado en la planta baja de este edificio ha servido para abrir el enésimo negocio y, con su puesta a punto, se ha llevado por delante el grafiti que, a lo largo de toda una década, había llegado a convertirse en un icono de la vieja judería de Granada.
Raúl, el artista granadino conocido como El Niño de las Pinturas, autor de esta pieza maravillosa, que pulula por internet y por las redes sociales como uno de los mejores ejemplos del denominado arte urbano, explica que «cuando me enteré de que iban a abrir una tienda – no en vano Raúl es vecino del Realejo–, me dirigí a los responsables. Les propuse que mantuvieran el grafiti, como tantos otros que hay por toda Granada decorando paredes y persianas de comercios, que abrieran las puertas y ventanas que necesitaran y que yo se las pintaba para que se mantuviera el grafiti. Les expliqué que podría quedar algo muy chulo, pero no aceptaron».
El resultado es que el grafiti de Raúl ha terminado con su desaparición cumpliendo con su destino: ser efímero, futil, evanescente, obligado a perderse como lágrimas en la lluvia. La muerte de esta bella niña de las pinturas de la calle Molinos del Realejo sin embargo no será en vano.
–¿Qué sientes cuándo deaparece una de tus pinturas, Raúl?
–Me entran unas ganas locas de salir a pintar una nueva.
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