«I skate to where the puck is going to be, not where it has been”, W. Gretzky. Anticiparse a la jugada, prever la dirección del disco, tener visión de equipo, resolver con sencillez, dirigir con autoridad pero sin autoritarismo y aspirar a ser el mejor son las cualidades que hicieron de este jugador de hockey el más importante de la liga NHL americana, logrando records aún no superados y contribuyendo a que su equipo fuera uno de los más laureados.
Cuando nos referimos a equipos y jugadores que han alcanzado el éxito para extraer enseñanzas que aplicar al mundo empresarial, solemos admirar el resultado y buceamos en sus tácticas y estrategias, en las “fórmulas mágicas” que aplican sus entrenadores y psicólogos deportivos, en los secretos de hacer equipo y de anteponer los intereses del conjunto a los del individuo.
Lo paradójico es que pensamos que los que logran el éxito son unos afortunados. Su nivel es tan elevado que nos cuesta incluso pensar que podamos llegar a emularlos porque conjugan el talento individual con la fortaleza del grupo allá lejos, en el olimpo de los ‘tocados por los dioses’. Y, por otro lado, a los que yerran por cualquier razón tampoco les prestamos atención porque creemos que no tienen nada (bueno) que enseñar. En uno y otro caso, estamos profundamente equivocados. Máxime si creemos que el éxito es una isla a la que sólo pueden acceder unos pocos tras una larga competición por la supervivencia en un entorno hostil, y que siempre son otros los que caen atrapados en el averno.
No obstante, para saber si somos capaces de llegar a ese punto aislado en el océano hay que saber nadar, o aprender en el camino, y lanzarse a las procelosas aguas con determinación. Decía Gretzky que “todo tiro no hecho es un tiro errado”; no podemos dejar pasar ninguna oportunidad sabiendo donde queremos ir, que no necesariamente ha de ser hacia donde convencionalmente todos se encaminan. Y tampoco hemos de usar los mismos recursos que los demás sin saber si son los más adecuados para nuestro propósito y preparación.
Tendremos que decidir si ajustarnos a la realidad del mercado, no siendo ufanos al pretender alcanzar un nivel superior al que nos marca el entorno, o tratar de crear un nuevo modelo de relación con éste, alejándonos de la competencia al convertirla en irrelevante. Para ello, tendríamos que invertir en tiempo, el necesario para encontrar la mejor solución. Y en calidad, como principio inmutable con el que cuidar todos los detalles que intervienen desde el proceso de creación al de distribución y venta. Y en el respeto por trasladar la esencia de nuestra filosofía de empresa a los productos y servicios que ofrecemos, procurando potenciar sus cualidades, sin artificios ni cosméticas redundantes.
Reza uno de los eslóganes de Brooks England: “Lo hemos dicho muchas veces: no es el nombre de Brooks quien hace los sillines buenos, sino que son los sillines y su excelencia los que hacen de la marca algo supremo”. Como hacen estos legendarios fabricantes de sillines para bicicletas –desde 1866-, es necesario hacer lo mejor que sabemos hacer, con honestidad, tratando de mantener el equilibrio entre los objetivos de rentabilidad y la prisa por obtenerla. No pretender situar la marca por encima de las personas en un intento de protegerla frente a la competencia o a una posible devaluación por alejamiento de las expectativas de los consumidores. Para ello, hemos de establecer el punto de ponderación entre la calidad de la oferta y su posicionamiento económico, entre el valor interno de marca y la comunicación de sus valores hacia el exterior.
Como dijera R. Sennet, hemos de priorizar, como características profesionales indispensables para el momento que estamos viviendo, las capacidades de adaptación al cambio y de hacer valer el talento en un medio confuso, manteniendo al mismo tiempo unos vínculos claros con el pasado. Pero hay que hacerlo como organizaciones y como conjunto de personas capaces de trasladar el poder de la voz colectiva (G. Vaynerchuk) a un modelo económico que necesariamente ha de cambiar.
Quizá tengamos que redefinir el capitalismo para propiciar que las empresas persigan mejorar el nivel de vida de los ciudadanos y no sólo incrementar exponencialmente sus beneficios para ellas mismas (T. O’Reilly). Quizá tengamos que situar el foco en el largo plazo para cuidar de las personas y del planeta (R. Branson), buscando hacer las cosas de otra forma, sin la seria presión del cortoplacismo especulador.
Quizá debamos desterrar definitivamente prácticas que reiteradamente han demostrado su capacidad destructora de la sociedad como la mercantilización de la base material de las subsistencia humana (K. Polanyi), y debamos iniciar un nuevo camino en el que individual y colectivamente creemos riqueza para los clientes, los competidores y para la sociedad en general, como mejor forma de crear riqueza para nosotros mismos.
José Manuel Navarro Llena