A veces, para progresar en marketing, estrategia, gestión empresarial o en cualquier ámbito del pensamiento (y en general de la vida misma), es necesario que abandonemos momentáneamente las teorías y prácticas de estas ciencias sociales y nos adentremos en otras disciplinas que nos permitan obtener diferentes perspectivas para ayudarnos a vislumbrar, con nuevos ojos y renovadas reflexiones, la solución a determinados problemas o la elucubración de nuevas hipótesis.
Para ello, hemos de tener la capacidad de romper los vínculos que creemos nos atan con solidez a la realidad, a la seguridad de la “tribu”, a los paradigmas y a las reglas establecidas, a lo tradicional por mera repetición. Y hemos de considerar que esta realidad no sólo contiene lo que observamos e intuimos sino, además, todo aquello en lo que está ausente.
Cuando, en otras ocasiones, hemos hablado de innovación disruptiva en los ámbitos del marketing y la gestión no hemos perdido de vista lo que J. Derrida definió con el término de Deconstrucción, o procedimiento crítico orientado a desplazar las estructuras institucionales y los modelos sociales imperantes mediante la invitación a invertir la jerarquía de nuestras percepciones y valoraciones, convertidas en costumbre intelectual, y a propiciar el caos mental necesario para fomentar la creatividad y la diferente organización de los elementos que componen aquella realidad, para obtener como resultado sistemas abiertos más humanos y libres.
Por diferentes convencionalismos, tendemos a identificar y enunciar conceptos que etiquetamos maniquea y adecuadamente, los encerramos en habitáculos estancos y echamos la llave al mar. Este logocentrismo, o creencia cultural incorporada a nuestra manera de ver las cosas que considera que el orden existente en nuestras representaciones mentales no se puede cuestionar (M.A. Huamán) es lo que nos lleva a repetir permanentemente estrategias ya manidas y errores que deberían estar ya superados.
Si algo está poniendo de manifiesto la actual situación económica es la reiteración de las conductas ontológicas de las estructuras de poder para mantener su hegemonía y seguir legitimando, a costa de la mayoría de la población, su dominación también en los órdenes social y cultural.
Válganos como ejemplo la petición realizada por el Banco de España y la CNMV al gobierno para que la educación financiera se incluya como asignatura en la ESO. De esta forma, los ciudadanos tendrán una mejor cultura financiera para evitar situaciones de sobreendeudamiento o la realización de inversiones mal informadas. Es posible que el objetivo sea ese, aunque “huele” más a propiciar y garantizar la continuidad de las estructuras de poder económico con la excusa de proporcionar a los ciudadanos unos conocimientos mínimos para no ser engañados (perdón, para que acierten en la contratación de los complejos productos ofrecidos por las entidades financieras).
Si bien es cierto que la educación, a través de la difusión del conocimiento, es el pilar básico para favorecer el enriquecimiento intelectual y alejar a las personas de las situaciones de opresión o explotación de cualquier tipo, no es menos cierto que la institucionalización de la enseñanza las aleja del libre pensamiento, impone verdades absolutas e impide la apertura a otras culturas. En definitiva, esta falta de flexibilidad, sumado a la conveniencia de asimilar conceptos (no se enseña cómo aproximarse a ellos a través de procesos naturales de observación y deducción), conduce irremediablemente a la perpetuación del sistema.
Sistema que, además y contradictoriamente, aplaude y reclama la innovación como eje crucial para el progreso científico y tecnológico. Incluso, como decía antes, en el terreno de la gestión y el marketing parece obligatorio innovar permanentemente para crear nuevos escenarios comerciales y obtener ventajas competitivas. Y, sin embargo, no se reclama ese modelo disruptivo para lo más esencial del desarrollo humano. Quizá sea porque las reglas del juego también impongan este comportamiento discordante.
Por ello, merecería la pena sugerir (si no reclamar con energía) el cuestionamiento de las prácticas capitalistas o neoliberales mediante una actividad deconstructiva que aporte una oportuna visión crítica y la reivindicación de otra realidad para un occidente cada día más preocupado por mantener su rancia modernidad que por solucionar sus deficiencias estructurales.
(Por cierto, sería conveniente que en la ESO se enseñara también medicina para constatar que los diagnósticos y tratamientos que nos prescriben los médicos son los acertados; y un poco de ingeniería y arquitectura para identificar los vicios ocultos en la vivienda que vamos a comprar; y quizá derecho y economía para aseverar las recomendaciones de nuestro abogado o asesor jurídico en cualquier trámite legal o fiscal).
José Manuel Navarro Llena