Bancocracia

En la reciente información que recogen distintos medios especializados y generalistas acerca de la nueva reestructuración del sector financiero que se avecina tras las elecciones, podemos intuir que hay otros propósitos detrás de los ya trillados argumentos referidos a la eficiencia, la solvencia, la calidad de los activos bancarios o a la liquidez. El panorama volverá a ser desolador cuando decenas de miles de empleados (¿35.000?) pasen de producir y aportar valor a la economía nacional a portar el marchamo de desempleados y a la cada vez más generalizada precariedad económica. Pero esto, ¿a quién le importa?

Con ello, otros aspectos que van a desaparecer son la competencia transparente y la libertad para poder elegir sobre una oferta amplia que garantice la cobertura de los intereses de los clientes y la satisfacción de sus necesidades. Los planes para dejar el panorama financiero dominado por seis grandes entidades o por tres enormes grupos bancarios ya están pergeñados. En poco tiempo, nos encontraremos con un oligopolio que dominará el mercado con absolutismo, que forzará a la baja los precios del pasivo y elevará los de activo, que aplicará el cobro de comisiones hasta por entrar a una oficina y que antepondrá el beneficio para sus accionistas al bien común. Lo empleados que superen el proceso de ajustes pasarán a ser mercenarios al servicio de los objetivos del margen ordinario y de los recursos fuera de balance.

Aun a riesgo de parecer catastrofista, da la sensación de que estas maniobras tratan de ocultar (o dicho de forma coloquial, “de dar una patada hacia delante”) a otro problema más grave: la excesiva acumulación de derivados financieros generados especulativamente para otorgarles un valor mucho más elevado que el nominal con el que fueron emitidos. Como es el caso de los “high yield”, deuda emitida por empresas o países que han obtenido una baja calificación en la evaluación del riesgo y por la que pagan una elevada remuneración a los inversores, que buscan altas rentabilidades en un mercado caracterizado por un prolongado período de bajos tipos de interés.

Si, además, consideramos la alcista evolución del “índice de Shiller” (ratio que pone en relación el valor actual de las acciones de una empresa con el beneficio neto medio de los últimos diez años), manteniéndose muy por encima del promedio histórico como en los períodos previos a las grandes crisis de 1929, 2000 y 2007, es muy probable que estemos ante la formación de una nueva burbuja financiera de previsible comportamiento y devastadoras consecuencias, como están presagiando prestigiosos economistas desde diversas fuentes.

En este escenario de dolosos mecanismos de ingeniería especulativa, las grandes entidades financieras se apresuran también a posicionarse en el mundo digital, aunque más pareciera que con intenciones diferentes a mejorar la experiencia de usuario mediante la oferta de servicios electrónicos de valor añadido o para simplificar las operaciones bancarias básicas.

 

Dos factores fundamentales entran en juego como oportunidades para permitirles seguir creciendo aún más: el acceso a mercados con bajo nivel de bancarización en los que no es necesario implantar estructuras físicas para tener presencia debido al uso generalizado de los dispositivos móviles, y el deseo de aliviar las redes actuales de oficinas y de empleados con la excusa de una mayor orientación a la atención personalizada y especializada en operaciones complejas, al descargar a través de banca electrónica las transacciones básicas (en realidad es la fórmula más sencilla para reducir los gastos de explotación).

La revolución digital a la que se suma la gran banca está respaldada por su alta capacidad de inversión en tecnología, por su intensa capilaridad en el entramado empresarial y social, y por un potente Biig Data que le permite analizar y prever el comportamiento de los consumidores. Pero todo ello lo tiene al servicio de la cuenta de resultados y no al de unos consumidores cada vez más formados y más dispuestos a prescindir de intermediarios financieros.

En este escenario, es de agradecer la aparición de empresas tecnológicas (Fintech) no condicionadas por el modelo especulativo del negocio bancario predominante. Compañías jóvenes especializadas en proporcionar infraestructuras seguras y confiables a los consumidores para que puedan realizar transacciones financieras, tanto de inversión como de financiación, bajo modelos de relación P2P (de persona a persona), B2B (de empresa a empresa), P2B (de persona a empresa), directamente y con un coste muy bajo, capaces de erosionar dos terceras partes de las ganancias de la banca convencional.

La amenaza a la que se enfrentan estas Fintech es que los reguladores centrales les van a imponer normas de obligado cumplimiento similares a las de la banca, lo que les obligaría a dotarse de capital suficiente para garantizar su solvencia y de los mecanismos de control requeridos por los bancos centrales o, lo más probable, a sucumbir a las ofertas de compra por parte de las grandes entidades. Ello les supondría sobrevivir, pero como modelo de negocio fagocitado por una macroestructura financiera. Y también desaparecer como competencia.

En cualquier caso, la banca siempre gana.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

 

 

 

 

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