La lógica de los monstruos

Presiento que tras la noche
Vendrá la noche más larga.
(L.E. Aute)

Buscar un título a este artículo fue penoso y complejo debido al cúmulo de sentimientos y temores producidos tras el execrable atentado en las Ramblas de Barcelona y Cambrils. Es inevitable escribir sobre ello, no tanto por expresar la rabia y el profundo horror ante los acontecimientos, que también, sino por querer discernir entre la visceralidad del dolor y la racionalidad que impone el control de las palabras.

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El título esperaba agazapado en uno de los estantes de mi librería. “La lógica de los monstruos” es una obra brillante del físico y biólogo R. Solé (barcelonés, singular coincidencia), una creativa reflexión científica sobre la evolución y las posibilidades de que ésta pueda derivar hacia modelos en los que aparezcan alternativas a los organismos, a la naturaleza, diferentes a los que conocemos. La selección natural actúa sobre la expresión de los genes para permitir que las formas más adecuadas, las más adaptables, a las condiciones del entorno permanezcan en el tiempo y en el espacio, y se propaguen a una descendencia que, empero, puede sufrir variaciones (mutaciones) que nuevamente serán expuestas al arbitrio del medio.

De la misma manera que las plantas y los animales que conocemos en la actualidad provienen de antecesores que han sufrido cambios paulatinos en su morfología capaces de sobrevivir en cada época dependiendo de los requerimientos particulares de su ecosistema, los humanos también hemos evolucionado permaneciendo la especie más apta. Si bien, en nuestro caso, la selección natural también ha actuado sobre el lenguaje, la conducta, la religión, la mitología…, en definitiva sobre la cultura y sus expresiones.

Desde el punto de vista filogenético podemos ascender en la escala evolutiva hasta encontrar un ancestro común para cada división o reino, a partir del cual determinadas particularidades morfológicas y dotaciones cromosómicas son compartidas por una serie de organismos que, en su conjunto, están determinados asimismo por las restricciones estructurales y por las limitaciones de los mecanismos que producen su complejidad (P. Alberch) anatómica y fisiológica. Todos estos especímenes han sido el resultado de lo posible en tanto que las formas imposibles, de producirse, terminaron siendo inviables. Sólo la imaginación del hombre es capaz de elucubrar formas imposibles a las que llamamos monstruos. Seres que nos han acompañado a lo largo de nuestra historia evolutiva y que constituyen una parte esencial del legado cultural de todas las civilizaciones (R. Solé).

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El autor considera que es muy improbable que se produzcan alternativas evolutivas a las conocidas, fundamentando su opinión en las limitaciones del propio conocimiento científico. No obstante, admite que puede que existan formas alternativas de pensamiento que quedan fuera de nuestro alcance cuando hemos educado nuestra mente en cierto conjunto de reglas. De ser así, existirían espacios en blanco en el mapa de lo posible, a los que nadie ha accedido jamás y en los que nos aguardan formas distintas de pensar, inventar e incluso de definir teorías.

Es decir, en ese marco teórico, algunos monstruos ni siquiera imaginados podrían hacerse realidad si el conjunto de condiciones ambientales acogieran la expresión de mutaciones a priori imposibles, y permitieran el desarrollo de morfologías y conductas extrañas contando con ventajas competitivas sobre el resto de seres, lo que garantizaría su reproducción y perpetuación durante muchas generaciones.

En este sentido, la mitología, la religión y la ciencia ficción han creado seres que en la mayoría de las ocasiones son híbridos fantásticos de otros ya existentes (p.ej.: las quimeras o las arpías), ya que nos resulta difícil pensar en algo diferente a variaciones de lo ya existente.

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En todo caso, el sentido de estos monstruos es alimentar creencias que puedan explicar la grandiosidad de la naturaleza y del universo o el sentido de nuestra existencia, extremos a los que no podemos dar una explicación racional sin caer en el etnocentrismo y en los que se han de apoyar las élites de poder (político, militar, religioso) para mantener cohesionados los grupos que comparten esos dogmas o ideologías, en confrontación con los que tienen otros diferentes.

Lo sucedido en Barcelona, al igual que en Madrid, París, Londres, Niza, Bruselas, Bagdad, Kabul, Túnez, Bali, Casablanca…, no es más que la materialización de los monstruos que ha imaginado la narrativa de los líderes del EI, como consecuencia del ya antiguo choque de civilizaciones, entre Oriente y Occidente, surgido hace casi cuarenta años en el enfrentamiento soterrado entre USA y Rusia en Afganistán, del que vienen sufriendo sus consecuencias Irak, Libia, Siria, Yemen (y recuerden Yugoslavia) por el control del petróleo, de los gaseoductos y de las bases militares.

No nos equivoquemos, los monstruos que elucubra la ciencia se mueven en el terreno de lo impobrable. Los que están sembrando el terror en nuestras calles y en las de oriente son consecuencia (imagen y semejanza) de lo previsto en los despachos de los lideres de occidente para enmascarar sus ansias de control global. Recuerden la sentencia de P. Valéry: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para el provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran”.

José Manuel Navarro Llena
@jmnllena

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