En las conversaciones entre profesionales del sector financiero, surge con asiduidad el debate de cuál será el futuro de los grandes bancos en un escenario de tipos de interés mínimos, de estrechamiento al límite de los márgenes, de políticas de digitalización que conllevan ajustes forzados de las redes de distribución y de presión sobre los clientes para acelerar la adopción de nuevas aplicaciones y procesos automatizados, del surgimiento de nuevos actores con mayor flexibilidad tecnológica y capacidad para conquistar el mercado desatendido o decepcionado y de, una cada vez mayor, presión regulatoria en todas las áreas. Las conclusiones no suelen ser muy halagüeñas, máxime en una coyuntura en la que la arquitectura de pagos europea está exigiendo nuevos estándares para los que la gran banca requerirá adaptaciones importantes en sus plataformas, en sus encorsetados procedimientos y en sus tradicionales políticas de negocio.
Una de las variables relacionada con esta situación es su renuencia a desarrollar un modelo de banca abierta (Open Banking) a partir de la entrada en vigor de las directivas PSD2 y RGPD, como se desprende del último informe World Payments Report 2019 de Capgemini, aunque algunos bancos se defiendan queriendo autodefinirse como las futuras grandes Fintech, como reacción a la entrada de los gigantes tecnológicos.
Otras veces hemos comentado que una de las ventajas competitivas que tiene la banca tradicional es el profundo conocimiento de mercado financiero (de hecho, lo han construido), de sus clientes y de los valores agregados que cada agente aporta a su negocio, así como su rápida adaptación a los requerimientos regulatorios que los organismos supervisores les imponen. No obstante, el celo con el que protegen la información de sus clientes hace que no confíen en el intercambio de datos ni en la construcción de plataformas abiertas para crear los ecosistemas de pagos que quiere impulsar la nueva PSD2. Esto puede condicionar el potencial desarrollo de modelos abiertos que mejorarían la experiencia de cliente al fortalecer programas de retención basados en restablecer la confianza como principio básico de relación entre consumidores, entidades y plataformas de pago.
Una de las consecuencias del tibio respaldo de la banca europea al modelo de Open Banking es que las transacciones de pagos digitales mantengan un crecimiento bajo en la zona UE, mientras que en los países emergentes de Asia, Medio Oriente y África crecen rápidamente por encima del 20%, previéndose una tasa de crecimiento anual compuesta del 23.5% (2017-2022) debido a la rápida adopción de dispositivos móviles y al ritmo de innovación tecnológica que está caracterizando a estos países, a pesar de que sus políticas regulatorias aún distan de las europeas.
En este sentido, la banca europea y norteamericana tienen la oportunidad de aprovechar sus marcos legislativos para tomar ventaja desarrollando una estructura abierta de pagos digitales que les posicione con fortaleza respecto de los nuevos competidores, tanto las Fintech como las plataformas de pago lideradas por gigantes como Ant Financial (Alipay), Tencent (WeChat) y las bigtech (Google, Amazon, Facebook, Apple, PayPal). Aunque, para ello, sus directivos deben tomar la decisión de usar API’s abiertas a partir de la creación de una plataforma compartida que contenga las identidades digitales de sus clientes y la arquitectura de microservicios convergentes para realizar pagos en tiempo real; algo a lo que parece no están muy dispuestos, por ahora.
Por otro lado, SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication) ha publicado recientemente un informe sobre la evolución del panorama europeo de pagos en el que analiza los cambios que están llevando a cabo las entidades financieras para adaptarse a la nueva regulación (adoptando los estándares de mensajería ISO 20022) y para renovar sus arquitecturas actuales con el objetivo de ser más eficientes, desde el punto de vista operativo (incluidos los pagos transfronterizos instantáneos), de conectividad y de seguridad.
Las nuevas infraestructuras del mercado de pagos (PMI), cuyo plazo de desarrollo culminará en 2021, están facilitando la instauración de normas comunes para la mensajería de datos, lo que permitirá a los proveedores de pago crear nuevos servicios de valor añadido para sus clientes, al tiempo que reducirán los riesgos y podrán ser más transparentes en su oferta de transacciones digitales en tiempo real. A pesar de que los legisladores impulsan este cambio, el panorama que nos encontramos es que el efectivo en circulación se mantiene estable e, incluso, se ha incrementado por encima del crecimiento económico de algunos países en los años posteriores a la crisis financiera, posiblemente como consecuencia de la aplicación de tasas de interés muy bajas, de la ampliación de operaciones a través de cajeros automáticos y que sigue siendo el soporte para transacciones cotidianas de bajo importe.
Probablemente, también influya el comportamiento de los usuarios. En su último estudio, SOMO Global destaca que el 41,7% del grupo de edad 18- 24 años (en UK) identifica la oficina como el mejor sitio para realizar operaciones financieras. Esto se contrapone con la tendencia al cierre de sucursales en todas las entidades. Lo que evidencia que se ha de trabajar en un imaginativo enfoque combinado entre arquitecturas digitales y soluciones físicas.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena
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