Mucho se está escribiendo sobre Greta Thunberg, más incluso que sobre el mismo cambio climático. Sugerencia: hagan en “Google Trends” una consulta sencilla para comparar las búsquedas del nombre de la joven activista sueca y del término “cambio climático” o “climate change”, observarán curiosos resultados tanto a nivel global como nacional…
Como les refería hace ahora casi tres meses en el artículo “Las predicciones de Forrester”, Greta Thunberg se ha convertido en la abanderada del sentimiento de frustración y temor por el futuro incierto para una juventud que ha sido acusada de impasible ante los problemas de la sociedad, pero que ha demostrado implicarse para reclamar la urgente actuación de los gobiernos para frenar el evidente cambio climático que nos llevará, sin duda, a sufrir dramáticas situaciones de hambrunas, sequías, inundaciones, epidemias… en todos los continentes. Su relevancia ha sido de tal calibre que ha conseguido congregar a cientos de miles de personas de toda condición para hacer un frente común que ponga en evidencia la responsabilidad de los gobernantes y de los grandes empresarios en relación con los compromisos que se deberían haber contraído en la Cumbre del Clima COP25, recién celebrada en Madrid.
Es significativo comprobar que las búsquedas en internet de temas relacionados con la cumbre han estado en una proporción media (en el último mes) de 1 a 10 con respecto a las que se han hecho de Greta. Es decir, ha interesado más su traslado en el catamarán, su presencia en Madrid o la portada del Times, como personaje del año, que lo que los representantes de los países participantes estaban negociando.
Sin duda, hay que reconocer que gracias a ella se ha prestado especial atención a la emergencia climática y se han inundado las calles secundando las protestas convocadas por diferentes organizaciones. Pero también es cierto que la balanza mediática se ha inclinado excesivamente hacia su figura, lo cual es preocupante porque han quedado en muy segundo plano discursos cargados de razones objetivas, como los de Laurence Tubiana, directora general de la Fundación Europea del Clima.
La voz de Greta se ha alzado y ha encontrado eco porque su mensaje ha sido claro, emocional y en algunas ocasiones visceral, ha traducido a un lenguaje directo lo que muchos científicos llevan años advirtiendo, se ha dirigido a los responsables políticos y empresariales con un “cómo te atreves” que a muchos nos hubiera gustado pronunciar con la misma eficacia…, pero, en otros escenarios, más que ser objeto de admiración sus discursos hubieran sido tachados de populistas. En lugar de esto, ha recibido críticas de diversos bandos, tanto de derechas como de izquierdas, usando cuestiones laterales como argumentos “infantiloides” cuyo objetivo era seguir engrandeciendo el volumen de referencias mediáticas para enmascarar el problema real que podía ocurrir: la firma de un acuerdo decepcionante. Como finalmente ha resultado ser, un consenso débil con un claro fracaso del desarrollo del artículo 6 del acuerdo de París que regula los mercados de derechos de emisiones de CO2.
Da la sensación de que interesa que ella lidere un movimiento social representado por una generación que tiene mucho que perder a futuro, pero que no cuenta con más herramientas de presión que el argumento de esa pérdida. No son trabajadores de industrias que paralizar con una huelga, no forman parte de lobbies económicos ni de información para presionar donde se toman las decisiones empresariales relevantes, no pertenecen a los círculos de poder político para influir en la planificación de estrategias medioambientales. Son, en definitiva, una parte de la población que consigue emocionar a los espectadores con su actitud reivindicativa pero que, por desgracia, su capacidad para cambiar las cosas es muy limitada a pesar de denunciar que “les han robado sus sueños”. A los jóvenes les preocupa su futuro, pero los adultos están más preocupados por su presente, por vadear la crisis económica, por garantizarse una pensión, por no perder un puesto de trabajo…
Los proyectos que no son a corto plazo cuesta entenderlos y visualizarlos; es más fácil centrarse en los detalles y las noticias anecdóticas de actualidad que en comprender lo que sucederá a mediados de siglo. Es posible que, por ello, haya presión mediática para que tanto los que aplauden sus manifestaciones como los que las critican, parafraseando a Confucio, “solo miren el dedo mientras que el sabio señala la luna” para seguir alimentando el pesimismo de la crisis climática y la ignorancia acerca de los cauces políticos obligados para remediarla o minimizarla. Decía R. Sheaffer que la suma de los logros individuales termina por convertirse en los logros de una sociedad; pero si particularizamos estos en una persona impedimos el éxito del conjunto y favorecemos la crítica o la alabanza que terminan condicionando su progreso.
Hemos caído en las garras de la “hibris” (desmesura) cuando deberíamos practicar la “frónesis”, o habilidad para pensar y actuar con prudencia para cambiar las cosas, aplicando la sabiduría al porqué y al cómo de nuestras actuaciones, con un sentido práctico y con las miras puestas en los beneficios de un objetivo común. Seguro que saldríamos ganando.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena