Recientes informes de Accenture, PwC, Tecnocom, McKinsey o Visa sobre la evolución de los medios de pago en el mundo apuntan similares conclusiones, de las que cabe destacar una, la más obvia: los actores implicados en este sector deben tomar decisiones urgentes para tomar posiciones y consolidar su futuro participando de un profundo proceso de transformación tecnológico y, sobre todo, de una adecuación del modelo de relación con los usuarios.
Desde su origen en el trueque, las diferentes formas de pagar un bien han estado fundamentadas en un principio básico: “tú tienes algo que te sobra y que yo necesito, y yo tengo algo que tú valoras o necesitas”. La substitución del grano por las primeras monedas, allá por el siglo VII a.C., universalizó el intercambio de bienes y servicios hasta nuestros días. A mediados del siglo pasado el dinero plástico irrumpió con timidez y tomó fuerza en sus dos últimas décadas.
Paradójicamente y a pesar de la irrupción de las nuevas tecnologías, han experimentado un crecimiento generalizado en los últimos cuatro años, aunque a nivel global aún no llega a ser un 10% del total de las transacciones de pago. La revolución digital, por otro lado, no termina de desplazar al dinero efectivo, si bien parece estar influyendo en el descenso de otras operaciones como las transferencias, cheques y domiciliaciones.
El sector se comporta geográficamente de manera desigual. En un extremo están Singapur y los Países Bajos con menos de un 40% de transacciones realizadas en efectivo, y en el otro están Indonesia y Nigeria donde el 100% de la población paga con dinero. En España este porcentaje está en torno al 84%. Es lógico pensar que hay correlación entre el desarrollo económico y tecnológico de los países y el mayor o menor uso de medios de pago electrónicos. Empero, siempre hay excepciones como la conseguida en Kenia por M-Pesa al sobrepasar el 2% de pagos realizados mediante el móvil vía sms, empresa que ha empezado su expansión a otros países como Tanzania, Uganda o Ruanda.
Los smartphones e internet están reconfigurando el sector a nivel global. De ello la banca tradicional no está ajena, y teme la entrada de los gigantes tecnológicos y de las grandes operadoras de telefonía, aunque quien le está dando más quebraderos de cabeza sean las fintech, startups tecnológicas carentes de los usos y costumbres que han ocasionado la desconfianza hacia los grandes bancos que muestran, fundamentalmente, las nuevas generaciones. Los clientes “de toda la vida” aún permanecen fieles por cierto inmovilismo frente a lo nuevo, pero los “nativos digitales”, los iGen y los Millenials, prefieren sistemas donde la desintermediación recaiga sobre empresarios que compartan su forma de entender el negocio financiero, amén de obviar todo lo que suene a comisiones por prestación de determinados servicios.
Aún así, los medios de pago electrónicos requieren de la convergencia de los intereses de usuarios, comercios, intermediarios y reguladores, y de las garantías de seguridad en las transacciones. Seguridad a nivel de encriptación de datos (como la tokenización) y de percepción por parte del usuario de que ésta es efectiva. Además, ha de producirse una clara afiliación por la vía de experiencia de uso y por admiración a la marca que respalda el medio de pago. Apple Pay, por ejemplo, tendrá menos barreras de entrada psicológicas que cualquiera de las soluciones propuestas por la banca tradicional (recordemos que Wizzo, Yaap y, próximamente, Twyp se han visto obligados a cerrar), pero tendrá que demostrar algo más que el valor de su marca, sin olvidar que su asociación con Santander puede restarle margen de confianza.
Por otro lado, la proliferación de fintech augura un futuro prometedor siempre y cuando el cliente sea realmente el centro del negocio. El problema puede ser, al margen de la regulación en ciernes, que muchas de ellas no tengan en cuenta lo que realmente conviene al usuario y que traten de sustituir las transacciones financieras típicas por operaciones aparentemente más cercanas pero que, en realidad, sólo sean reflejo de lo ya instituido por la banca.
La disrupción en los medios de pago es compleja. Tanto que habría que reinventar el modelo. No sólo pensando en clave de ubicuidad, o movilidad, o en las criptomonedas alternativas como bitcoins y altcoins, sino en el esquema de los intervinientes. Quizá el modelo sea pasar a la relación directa entre usuarios, sin intermediarios que recojan beneficios de cada transacción, emulando lo que es el pago en efectivo.
Pero ¿quién está dispuesto a apostar por ello? Cuando nacieron las tarjetas hubo un fuerte impulso por parte de todos los agentes interesados en cambiar el hábito secular de usar el efectivo. El esfuerzo dio sus frutos porque se le asignó el rol de prestigio y de pertenencia a una clase social distinguida a los poseedores de una tarjeta de crédito (recordemos la actitud de quienes poseían una tarjeta American Express o de El Corte Inglés). Casi medio siglo después, la estrategia para el pago digital debe ser otra. Pensemos en términos de persona a persona (P2P) por ejemplo.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena