Decía Heráclito hace veintiséis siglos que “urge más extinguir la hybris que un gran incendio”. Ya por entonces los griegos definieron con el término “hybris”, o desmesura, los actos llevados a cabo por los líderes políticos o personajes con poder en los que mostraban signos de desprecio hacia sus conciudadanos o sus súbditos. Imbuidos de cierto halo de superioridad y engreimiento, no solo se sentían por encima del resto de personas sino que, además, actuaban con perversidad y falta de respeto hacia las normas y los estamentos sociales.
La “hybris“ se manifiesta de forma grandilocuente (dictadores, megalómanos, sádicos…) o más sibilinamente en la insolencia de quienes sobrestiman sus capacidades y tratan de imponer su criterio. Todos conocemos gerentes petulantes, banqueros soberbios, políticos inmunes a la crítica y deportistas engreídos […] que persiguen metas desmesuradas y poco realistas. Son un efecto secundario del mundo mediático en el que vivimos, obsesionado por el prestigio (B. Fröhlich).
Por el prestigio y por establecer pequeñas o grandes parcelas de poder en las que dominar a todos los que habiten en su entorno. Creerse descendiente de los dioses (o considerarse un dios en sí mismo), sentirse el representante de una raza superior o presumir de un talento único y especial, son síntomas de los llamados “hybristai”, aquellos que están llamados a dirigir el curso de los acontecimientos para su propio beneficio y placer, menospreciando las consecuencias de sus actos y de sus decisiones.
La conducta de los “hybristai” fue duramente censurada en la antigua Grecia, como se recoge en los textos de Platón, Aristóteles y del mencionado Heráclito. Pero la historia ha demostrado que la censura no ha sido suficiente para eliminar esta deshonrosa conducta de la faz de la tierra. Lo curioso es que la “hybris” surge, siguiendo unas pautas reconocibles (D. Owen), a partir de que una persona se gane el afecto de los demás por haber realizado un acto heroico o por haber alcanzado el éxito de forma inesperada y contra todo pronóstico. Esta situación, lograda fortuita o premeditadamente, hace que los “hybristai” se sientan insuperables y que empiecen a tratar con desdén a los que son sus admiradores o seguidores, puros mortales inferiores y prescindibles.
Los “hybristai” ponderan sus facultades como inmejorables y se creen capaces de alcanzar cualquier reto como consecuencia de sufrir el llamado efecto Dunning-Kruger, o sesgo cognitivo que padecen algunos individuos (dicho sea de paso, con escasas habilidades) al evaluarse como más inteligentes o capacitados que el resto de los humanos. Ello los puede llevar a un exceso de confianza en sí mismos y a interpretar la realidad (e incluso intentar cambiar) según su propia visión.
Para construir esa nueva realidad crean argumentos que justifican sus actuaciones y se valen de cualquier información (cierta o incierta) que confirme sus creencias y teorías. Aquí aparecen otros dos sesgos cognitivos: el de confirmación y el de defensa del estatus, que provocan la tendencia a eliminar cualquier dato o fuente de información que vaya contra sus intereses o contradiga sus hipótesis, dado que consideran que en su elevada posición nada debe contravenirles.
Finalmente, los “hybristai” promueven un estado de permanente autoengaño para fortalecer su posición y sentirse únicos en su dominante “torre de marfil”. En esa situación, es usual desarrollar un nuevo sesgo cognitivo: el del poder corrupto. Cuando se creen en posesión de una libertad total para actuar, sin restricciones ni barreras legales o morales, caen fácilmente en conductas corruptas sin que ellas menoscaben su consciencia ni la seguridad de estar haciendo lo debido.
Personajes de cualquier sector, sobre todo del político y empresarial, tenemos como ejemplo no solo en la literatura clásica y contemporánea, sino también y tristemente en la realidad cotidiana. Pero no pensemos que ese narcisismo exacerbado solo se reproduce en algunos, pocos, individuos que alcanzan la dirección de un gobierno, una gran empresa o un partido político. Es muy fácil resbalar en la pendiente que nos lleva a cometer pequeños actos mesiánicos, en los que lo que hacemos está bien en contraposición a lo que hace el prójimo en situaciones tan baladíes como rutinarias (destacar a toda costa en el equipo de trabajo, erigirse en “influencer” de mediocres, despreciar los consejos de los demás y hace prevalecer los propios, menospreciar las habilidades de los compañeros y dar prioridad a sus tareas…).
Desde Jerjes, la historia está repleta de cientos de “hybristai” que han cubierto de sangre y destrucción pueblos y culturas sin someterse a otra justicia que no fuera la divina, aunque cayeran bajo las sentencias de la humana. El problema ya no son estos personajes en los que el síndrome de “hybris” aparece cuando acceden al poder y lo ostentan durante un tiempo prolongado, sino en todos los pequeños protagonistas de excesos de confianza que destruyen diminutos entornos con sus deseos de grandeza, que no afectan a millones de personas pero sí a las suficientes como para que el efecto de adición de todos ellos empiece a ser preocupante.
Miren a su alrededor y los identificarán fácilmente. Y rueguen que cada uno de ellos encuentre su “némesis”.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena