«Miscelánea»
Hoy, día de Navidad, en La Ciudad Comprometida queremos compartir con vosotros un artículo que nos envío con mucho cariño un gran amigo de nuestro blog, Paco Pipó. Con este texto aprovechamos para agradecer a todos los que nos seguís y ponéis vuestro granito de arena para que este espacio y un punto de encuentro, de intercambio de ideas y experiencias, de gente de todas partes del mapa, de ideologías, y disciplinas diferentes. Sin vuestra colaboración nuestro trabajo no tendría sentido.
Desde la Ciudad Comprometida y GRarquitectos. GRACIAS
La señorita Lola, así la llamaban en el colegio de la Asociación de Ferrocarriles de Granada. Era una chiquilla, una jovencita andaluza, enamorada de su profesión recién estrenado el título de “maestra nacional”. Hizo historia entre los hijos de aquellos arriesgados factores, fogoneros, conductores de negras locomotoras, del barrio de san Lázaro, que con su humo y raíles escandalosos, surcaban los caminos de la España derruida por una guerra fratricida que rompió familias, sueños y realidades. Escaseces solitarias, que se plasmaban en la «solea», «granaina» o el «taranto», de las noches oscuras en el cielo granadino.
Eran tiempos difíciles, donde algunas clases tenían más de ochenta alumnos, y a veces, habían de darse en el subterráneo del colegio porque las bombas crujían las almas de unos niños que no sabían el por qué de aquello o porque el “inspector del crucifijo” tenía anunciada su llegada. Y aún, sus maestros, quizás no sabrían explicar todo lo que sucedía.
La mera enunciación de este juicio, que por la autoridad del historiador puede ser muy válido y sus apreciaciones muy compartidas entre extraños, bastara para que el lector de estos juicios, que a otros pueden ser efímeros en las deducciones levantadas por esta guerra entre hermanos; llegue a la conclusión de que la filosofía del pueblo español, nace de la desgracia, “dámele pobre y te le daré filosofo”. Y en verdad que aquellos tiempos fueron duros de olvidar para una juventud que en sus colegios y hogares, nunca pudieron razonar el origen de ver fraccionada la unidad familiar y de los pueblos.
Pero, ante todo esto, estaba el colegio, lugar donde se trazaba el camino del que hoy, hombres y mujeres recuerdan con cariño aquel centro que con la profesionalidad del enseñante, se impartía cultura y formas de comportamiento. Cariño repartido a todo el profesorado, de la señorita Ana, señorita Lola, Don Santiago, Doña Lutgarda, Don Pablo, Don Miguel y otros más de cuyo nombre la memoria no atisba, hacerles justicia con el recuerdo y su buen hacer. Ellos son testigos de aquellas comuniones, que al principio habían de celebrarse a escondidas en las «Hermanas Trinitarias», que en tiempos de la escasez eran niños humildes y limpios, con zapatitos lustrosos de brillo, y en tiempos más cercanos, un lujo de trajes de mariscal y princesas de la corte, con alegría, chocolate y bizcochos.
La señorita Lola, como centro de mi comentario, como hijo y alumno, rindo homenaje a su herencia. Era a más, un artista en todo aquello que «tocaba y organizaba». Ganó el primer premio en una exposición de «trabajos manuales», que convocó el Arzobispado de Granada, presentando un «Gólgota», coronado por un Cristo crucificado, de diez centímetros, esculpido en cera virgen y en el que se podía hacer un estudio de la anatomía del sufrimiento; a los pies del Gólgota un altar con todos sus componentes, sacerdote de rostro en garbanzo y con atuendo en «papel de fumar»; cálices de cera labrada con piedras rotas de «salcillo de alumna». Era algo tan elaborado, que la palabra escrita, hace difícil de describir. Sus manos, siempre fueron un taller de ángeles gozosos.
En inspirados momentos, su pluma escribía una prosa cantarina de las bellezas de su Granada, rincones y recuerdos de su pensamiento. Radio Granada, emisora de la S.E.R, le tenía dedicado un espacio semanal, a los escritos que ella titulaba «El papel y yo». Todavía en el recuerdo, suena la voz de Mercedes Doménech y Alfonso del Real, locutores que daban vida a los sueños de una sencilla «maestra», cantora de sensaciones.
Su transcurrir en la vida, llena espacios de historia, donde su Granada y todo el Sacromonte, colmó de bellas letras los sonidos de la guitarra y los cantos de zambra, que la envuelven y rodean, dándole un espíritu que aún soñaba en las nieves de la sierra, donde riela la luna para dormir en la Carrera de la Virgen de las Angustias.
Doña Lola, «la Señorita Lola, vivió los últimos años de su vida fuera y lejos de su Granada; viviendo con ella y con el “próximo día” que la lleven a ver su Virgen, sus carmenes y el blancor de la sierra. Sus últimos tiempos la mente fue perdiendo el control del tiempo en su andado y por andar de la vida, que poco a poco la llama que dio tanta luz, fue apagando su fulgor y como el buen sembrador nunca perdió a sus dos hijos, que segundo a segundo siempre los tuvo cuidándola como la mejor de las reinas “habidas y por haber”. Para ella, siempre tiene el homenaje a un andar dando cariño a sus semejantes y amor a quien le rodea. Es, por todo esto y mucho más, que a Doña Lola, le rindo un canto de amor por su saber entre las dificultades de los tiempos, dando luz de conocimiento a sus hijos, alumnos y respeto con cariño en su derredor.
Vaya en libre medida, mi elegía por la Madre, una gran mujer:
Por los regatos del Darro
Por las riberas del Genil
Desde las faldas nevadas
Con aroma de jazmín
Hay una moza preñada
Su vientre fuego de Junio
Su mirada rosa de Abril
Almenas de su Granada
Voz perdida del muecín
Tañido de campanas
Verde arrayán de la sierra
La Madre de Dios en la carrera
Guardianes de su vientre a la vera
Por las simas de la memoria
Suenan ecos de infancia
La maestra al frente
Más arriba una cruz
En mis manos un papel
Laberinto de juegos en mi mente
Maestra que mi mano tienes
Dando verdad sin tregua
Abiertos mis ojos te siguen
Abierta mi memoria te guarda
Luz de mis primeros días
Letra de sendas abiertas
Sonrisa de rostro en calma
Pizarra viva de ideas
Campos de trigal granado
En la era de la vida aventando
Con el recuerdo quieto
Y nunca olvidado
Diosa de mi pensamiento
Del conocimiento fuente
De mi norte el amparo
En el respeto tu horizonte
Y en mi suerte un cielo estrellado
Aún tengo en mis ojos
El amor en tu mirada
En mi presente la nostalgia
En la niebla un alfabeto
Lejanía de voz callada
Paco Pipó Rivera