Se sorprenden algunos de que Pablo Iglesias escoja a uno de los suyos para negociar con el PSOE el posible apoyo a la investidura de Susana Díaz. Hubiese sido mucho más extraño que designara, por ejemplo, a Manolo Pimentel, aunque sea experto en resolución de conflictos.
Siempre ha sido así. También a Juanma Moreno lo escogió Mariano Rajoy; Antonio Maíllo o Juan Marín son de la confianza de Alberto Garzón y Albert Rivera; y -en sentido inverso- Pedro Sánchez lo de era de Susana Díaz.
Podemos no tiene aún bien engrasado su engranaje como partido y suceden cosas como alargar 48 horas el plazo previsto de una votación para decidir en qué grupo se integra en las próximas municipales. Hasta el punto de que la propia plataforma se presente en rueda de prensa sin saber siquiera si contará con Podemos.
Estos estrambotes hay que evitarlos. Sobre todo para evitar que alguien pueda pensar que una votación se mantiene el tiempo necesario hasta obtener el resultado deseado.
Sin embargo, es normal que Pablo Iglesias quiera meter a alguien de su cuerda en la negociación con el PSOE y también que desde Madrid maticen las posiciones más extremas; aquellas que reducen la democracia a la política de gestos y fuegos de artificios. Y me refiero también a Ciudadanos.
Porque otra cosa no es condicionar la investidura y el gobierno de Andalucía al entierro de dos cadáveres políticos.
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