Ha empezado Luis Salvador con símil taurino para advertir de que no es de aquellos políticos que observe los toros desde la barrera; más bien de los que se tiran al ruedo para coger el bicho por los cuernos.
Bien podría el alcalde haber añadido una metáfora porque lo que ha hecho un su reaparición ha sido propinarnos una larga cambiada, ese lance que emplean los matadores cuando citan al toro por un pitón para darle salida por el contrario.
Dice Luis Salvador que la comparecencia de este lunes estaba prevista antes de que Sebastián Pérez le emplazara con el ultimátum de Órgiva, aunque en teoría esta era la semana en la que a Manuel Olivares le tocaba de alcalde en funciones. Salvador, como era previsible, ha evitado responder ninguna de esas preguntas que se resuelven con un monosílabo. La verdad solo tiene un camino pero las palabras son un laberinto.
Ha justificado que le interesa más la “política de las cosas que las cosas de la política”. Olvida, sin embargo, que si se convirtió en alcalde de Granada fue por lo segundo.
Al líder de Ciudadanos no le correspondía romper el guion y, si se analiza bien, es la persona más coherente desde el 15 de junio. Su intención es ser alcalde cuatro años, solo podría desalojarle una hipotética moción de censura de Vox con la izquierda, y además -esta es la parte fundamental- así lo negociaron a nivel nacional Fran Hervías (Cs) y el silente Teodoro García Egea (PP).
Por eso Salvador quiere que sea Madrid quien actúe de árbitro, porque sabe -he visto las pruebas- que lleva las de ganar. Falta por ver hasta qué punto Sebastián Pérez sostiene su amenaza y se agarra al pacto verbal que -dice- alcanzaron en el Hotel Meliá minutos antes de la toma de posesión.
No son los asuntos de la política. Son la cosas de Luis y de Sebastián.
Qué cosas.
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